Hay un libro muy interesantes que no se ha leído lo suficiente, refiriéndonos a Pandora en el Congo, escrito por el literato que a la vez podría ser el también guionista indiscutible de su magnifica obra Albert Sánchez Piñol, al hacer éste y darle a sus personajes de ficción un recorrido espeluznante entre lo increíble que puede llegar a ser real en un ambiente hostil pero que no lo es, sirviendo para demostrar que las causas y efectos pueden ser deformables hasta conseguir el objetivo final, salvar al presunto inocente para convertirlo en su apoteósico final, en el más imperturbable héroe y disfrazado animal al que no podrán volver a juzgar.
En cierta forma lo dicho anterior es lo que ocurre en la política española en donde los súbditos de las siglas y de falsa dedicación por los demás y no menos talante ideológico y sí reconocida ambición por ostentar el poder, se han hecho necesarios para mantener al que ordena "bajo palio", reflejando sin duda a un dictador que dice ser socialista y no admite lo de incapaz, pero en el que sin duda la losa de los hechos indescriptibles de llevar al país a su hundimiento en todo tipo de materias económicas y sociales, sin omitir el fiasco sanitario de la extenuada pandemia, sigue ejerciendo como un intocable y a la vez permitiendo, ya sea para "joder" aún más si cabe a los propietarios de viviendas que más protestan por la subida de impuestos, sin importar que son víctimas de una "okupación" desmedida, llegando a la conclusión que el efecto es aprovechado por el elevado segmento electoral inscrito en la fauna clientelar de esta teoría de la permisividad sin límites ni consecuencia alguna, que goza de una intolerable impunidad, promovida por los "podemitas" y otros sapos que croan de similar catadura, que están haciendo que la impotencia llegue a convertirse en un generador de energía para rebelarse en contra del poder sobornado por las minorías que unidas son muchas, que cada día habrá más para llevarse su parte del pastel y hacer pasar por el tubo al que rechiste por parte de cualquier afiliado a dedo, al que se le que permite saquear y no le obliga a nada, dentro de un afán de incomestible crudeza del viejo dogma del carroñero y putrefacto sentimiento comunista.
En definitiva se miente dentro de una línea preconcebida, la misma empleada por el autor al principio aludido, a sabiendas que dependiendo de los intervinientes en un consejo ministerial, ninguno es culpable y lo somos todos, pues ellos en teoría representan al pueblo, quedándose con el oro, es decir con otra mentira más y la belleza de unas piedras que matan a títeres de hipotecas, edades y pobrezas, llamadas diamantes de la pureza, como las que se exprimen en Pandora en el Congo.