Ha bastado que Cristine Lagarde abriera laboca para que los mercados se desplomaran como el castillo de naipes que son,haciendo dudar, hasta a los más escépticos, de que en verdad poseadotes proféticas, aunque bien pudiera ocurrir que sus palabras sean la causa dela desgracia, y no un vaticinio.
Es cierto que tampoco ayuda que elpresidente de la comisión europea, Durao Barroso, se limite a negar la mayor,ni que los países de la unión se dediquen a hacer la guerra por su cuenta, enparticular Alemania, liderada por una Merkel en plena barrena electoral, quecada vez se arrepiente más de los socios que se ha echado.
En todo caso, esta nueva caída bursátilconfirma, una vez más, que los mercados no se comportan como los sesudos ymetódicos analistas económicos que debieran ser, sino como un corrillo decomadres histéricas, a las que el menor rumor hace de cambiar de parecer.Ajeno a todo este revuelo, ZP permaneceencerrado en su torre de cristal, descontando horas, y un cada vez máshierático Rubalcaba hace como si la cosa no fuera con él. Y, en Rodiezmo, elPSOE celebra su fiesta minera sin que acuda ningún dirigente nacional, y losúnicos asistentes significados, Guerra y Mendez, se tapan las narices en ungesto pleno de significado, aunque sea casual.Todo en este país tiene un aire transitorioy de impasse. No es de extrañar que el ciudadano de a pie noentienda por qué demonios padecemos esta inútil dilación. La economía es unestado de ánimo al que nada beneficia persistir sumidos en este estado deanimación suspendida hasta noviembre.