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Aquel intercambio de besos, medio segundo más lento de lo normativo, fue la primera pista. La segunda vez nuestras narices se encontraron a medio camino y con el roce se me erizaron hasta los tobillos. La tercera no tenía que pasar por tu trabajo y pasé. Pero tú tampoco tenías hueco en la agenda y lo hiciste. Cuando dejamos morir el café ya todas las cartas estaban sobre la mesa. Entre almorzar y cenar elegiste lo segundo. Demasiado tardamos en rodar por la alfombra.
“Que te quede claro: somos amigos y nunca seremos otra cosa. Cuando nos apetece nos vemos pero nada más”. Aquello era nuevo para mí, pero no tardé en cogerle el gusto. Cariño de quita y pon, que lo tomas el lunes y lo sueltas el martes. Para el cine, los amigos de siempre. Y como de libido andábamos parejos, ninguno pasaba más ganas de la cuenta.
Pero ya lo sé. Lo que fuera que había se rompió ayer en el baño. En el vaso de cristal viste dos cepillos de dientes. Y sobre el espejo tu pánico se me hizo transparente. Te voy a ahorrar el mal trago: no te volveré a llamar.
