En una reciente estancia en Barcelona, tuve la ocasión de acudir a uno de esos pases sorpresa que suele programar regularmente la sala Phenomena. Para ello, a menudo eligen producciones setenteras que no han tenido demasiada visibilidad en salas de cine, y la elegida para este pase fue Pánico en el estadio (Two minute warning), película de 1976 dirigida por Larry Peerce y que adapta la novela del mismo título de George LaFontaine.
Estamos ante un thriller en el que un francotirador se apuesta en la torre del estadio donde se celebra la Super Bowl, poniendo en jaque a todo un dispositivo de seguridad que se ve obligado a actuar sobre la marcha. El mismísimo presidente de los Estados Unidos tiene prevista su asistencia al partido, por lo que el asunto reviste la máxima gravedad. La amenaza siempre presente de que comience un tiroteo indiscriminado es la base sobre la que se sustenta la película.
Aunque parezca que el tiempo no pasa, cuando uno ve una película de hace unas décadas es evidente que se hace necesario cierto proceso de adaptación. Como todo en la vida, el cine ha evolucionado y, casi sin que nos demos cuenta, nos ha ido acostumbrando a unas maneras que difieren mucho de lo que se hacía en los años 70. Un buen ejemplo de ello puede ser esta «Pánico en el estadio», cinta que nace a rebufo del cine de catástrofes que estuvo tan en boga en aquellos años. Aunque en concepto estamos ante una premisa que nos recuerda indefectiblemente a Harry el sucio, «Pánico en el estadio» adopta las formas de una película de desastres, dedicando una buena parte de su metraje a presentarnos una amplia galería de personajes que conforman el corazón del filme (personajes, como suele suceder en este subgénero, interpretados en su mayoría por viejas glorias). Esto aporta y resta ritmo al mismo tiempo, ya que algunos de esos personajes tienen unas tramas más interesantes que otros. Precisamente el ritmo es uno de esos elementos que debemos extrapolar a la época en que se rodó la película, ya que de otra manera «Pánico en el estadio» nos aburrirá sin remedio. Y es que se hace una perfecta representación de lo que debe ser acudir a un evento tan magnificado como la Super Bowl, pero el suspense de la trama queda para un segmento final bastante reducido.
Una de las cosas que más me llamó la atención es la poco habitual apuesta que se hace por la indefinición del asesino. Prácticamente no vemos su rostro durante las dos horas de duración, y para ello el director recurre primero a planos subjetivos en primera persona y después a no mostrar nunca las facciones del personaje hasta el desenlace del filme. Pero lo más atrevido es que en ningún momento se le otorga justificación alguna a sus actos, ni se ofrece ningún tipo de trasfondo que aclare sus motivos. Esto, aunque queda un poco raro, me parece un gran acierto ya que le da un aura de misterio y ambigüedad al villano que además ayuda a que las fuerzas de seguridad queden retratadas de manera poco afectuosa.
Por lo demás, encontramos una cinta entretenida y divertida por momentos gracias a algunas de las subtramas que arrastran ciertos personajes. El elemento de thriller está medianamente bien llevado, pero realmente la película no transmite sensación de amenaza hasta el tramo final. Y es en ese segmento de desenlace donde el director afloja las riendas y asistimos a una serie de secuencias caóticas ante las que, lo reconozco, no pude reprimir la risa. Y es que son momentos excesivos en los que vemos a un incontrolable gentío corriendo como pollos sin cabeza. Si a esto le sumamos la extravagante forma de morir de algunas de las víctimas, posiblemente encontremos más divertimento involuntario en este desenlace que en todo el resto de película.
Dentro del amplio reparto destacan las presencias de Charlton Heston y John Cassavettes, acompañados de una ristra de actores conocidos de la talla de Martin Balsam, Gena Rowlands, Beau Bridges o Jack Klugman. Entre todos se reparten el protagonismo coral de manera que cada uno de ellos tenga su momento de lucimiento.
Tal vez no es el mejor thriller que dio la década de los 70, pero «Pánico en el estadio» ofrece un buen entretenimiento siempre que estemos dispuestos a dejarnos trasladar a aquella época, en la que el cine tenía otro sabor. Sea como sea, considero que a día de hoy es un verdadero placer poder disfrutar de este tipo de producciones en pantalla grande.