Podría disparar a Donald Trump en la Quinta Avenida y no perdería amigos, al menos los que piensan en “demócrata” como yo. Esto puede decirlo muy tranquilo un ciudadano de EEUU afín al Partido Demócrata. Estoy dando la vuelta a la tortilla. Donald Trump, precandidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, manifestó antes públicamente: “Tengo a la gente más leal…podría pararme en mitad de la Quinta Avenida, disparar a gente y no perdería votantes”. Discrepo, ¿cómo garantiza que no se cepilla a un votante suyo? En caso afirmativo tendría un voto menos, a no ser que los muertos puedan votar; ya ha ocurrido. A ver, si dispara a un negro a un chicano o mexicano tiene garantías de acertar, digo. Si se carga a un demócrata sería un mal menor, eso pensará. Zote, coño, zote. Patético su humor negro “oscuro”.
A fin de cuentas el demócrata puede rescatar el mensaje de su líder más emblemático, John F. Kennedy, quien dijo más o menos: “No preguntéis lo que EEUU puede hacer por vosotros, sino lo que vosotros podéis hacer por EEUU”. Qué mejor causa que limpiar el país de un presunto futuro genocida. A ver por qué no, ¿o es que al precandidato le asisten privilegios para ir disparando por ahí? en un país en el que el gatillo del rifle tiene mono de masacres y se mata por aburrimiento, preferiblemente en las escuelas (o por odio calentado a fuego lento tras meses de “mensajes trump”). Obviamente, cuando dice que no perdería votos no pensará lo mismo de la libertad ¿o si? Me daría igual si en el trullo sigue manteniendo “sus” votos intactos.
Me gustaría que los paisanos que tengan pensado votarle cerraran los ojos y visualizaran la escena (si hace falta con palomitas y Coca Cola) como si realmente estuviera ocurriendo y se hallaran en medio de la Quinta Avenida: disparos, terror, histeria, palomitas en el suelo salpicadas de sangre (esto impacta, puede ser definitivo), carreras, ambulancias, policía, bomberos, la pistola en las manos de Trump, planos en todas las cadenas de televisión, cara de loco, mirada perdida, despeinado, risa desquiciada, un macro (zoom) de más palomitas ensangrentadas (reportero becario tras su golpe de suerte).
Meses después, tras la encomiable labor de un ejército de sicólogos, los supervivientes están recuperados del shock postraumático y en la encuesta de turno les preguntan ¿vas a votar a ese loco o a botarlo? Si responden con “v” habemus führer yanqui. Es La Historia, estúpido. La Historia con un temible achaque de nostalgia. Al margen de esta recreación, lo sabremos pronto, en febrero comienzan las primarias y veremos el feedback que tienen sus bravatas; cómo cursa la fiebre racista. Este sujeto lidera de momento las encuestas en varios estados, con mayor o menor diferencia respecto a su rival, el también republicano Ted Cruz, al que acusa de haber nacido ¡¡en Canadá!!.
La estrategia del miedo siempre rinde buenos resultados a sus ideólogos, la secuencia es fácil y normalmente la misma. Consiste en metértelo en el cuerpo, un miedo frío pero sudoroso, nervioso, palpitante. Trabajado por tierra, mar y aire, por las voces más “prestigiosas”. Te dicen que se avecina malos tiempos si no hacemos tal o cual (votarles). Hasta que prende y cedemos. Finalmente te aplican 500 cabronadas, de las 1.000 prometidas ¡y somos felices!, podía haber sido peor. Unos meses antes no hubiésemos transigido ni una perrería más. Así son las conquistas de las crisis, acojonan por 100 para obtener 50, que era lo que tenían previsto conseguir inicialmente. Y nosotros agradecidos. En fin, por si acaso y mientras ande el chalado ese de campaña paso de la Quinta Avenida, de las palomitas, de la Coca Cola…Lo siento por el becario pero a mí no me pilla.