Revista Cine

Pantera negra

Publicado el 20 febrero 2018 por Diezmartinez
Pantera negra
En el final de Pantera negra (Black Panther, EU; 2018), tercer largometraje del ascendente pero descendente cineasta afroamericano Ryan Coogler (obra mayor que fue también su opera prima Fruitvale Station/2013, sólida secuela hollywoodense Creed: Corazón de campeón/2015), un chamaquito negro le pregunta, entre intrigado y admirado "¿quién eres?" al serio y noble Rey T'Challa (Chadwick Boseman), monarca del reino africano de Wakanda. No vemos la respuesta, pero es obvio que habrá dicho algo como: "My name is Panther, Black Panther".La más reciente entrega del Universo Cinematográfico de la Marvel -que encaja, hacia atrás con Capitán América: Guerra Civil (Hermanos Russo, 2016) y hacia adelante con la próxima Avengers: Infinity War (2018), a estrenarse en abril de este año- está dedicada, precisamente, a seguir el nacimiento y la maduración de Pantera negra, no el primer súper-héroe negro del cine -y ni siquiera de la Marvel, porque antes existió la saga de Blade (1998/2002/2004)-, pero sí el que más claramente presume un abierto discurso político-cultural-social.Más allá de las escenas de acción -no me impresionó ninguna, lo siento mucho- y más allá de los efectos especiales -que a estas alturas ya son rutina en cualquier filme hollywoodense de este presupuesto-, la película tiene su centro argumental en el tipo de rey que quiere ser T'Challa. Frente a la decisión aislacionista de su padre fallecido, el Rey T'Chaka (John Kani), T'Challa tiene frente a sí la disyuntiva de seguir aislado del mundo, protegiendo el idílico reino de Wakanda, dándole la espalda a los problemas del planeta y no aceptando a los inmigrantes "que llegan con todos sus problemas" o, por el contrario, abrir las puertas del auténtico "El Dorado" que es Wakanda, para que el mundo entero pueda acceder al vibranium (el metal con el que está construida la futurista Wakanda y que sirve para todo, incluyendo curar heridas de muerte y gripas mal cuidadas) y, a la postre, alinear a su reino con el resto del planeta mientras el propio Rey T'Challa, convertido en Pantera negra, se convierte en parte de los Avengers. El problema es que este laudable discurso político termina lastrando un filme que, como espectáculo genuinamente dramático y cinematográfico, tiene sus mejores momentos no tanto en los que rodean al noble T'Challa, sino al gran villano de la cinta -y la única auténtica estrella de toda la película-, el Killmonger interpretado con un brío digno de mejor causa y mejor filme Michael B. Jordan. Llega un momento, la verdad sea dicha, es que uno desea que el soso T'Challa desaparezca del encuadre y que Killmonger se haga cargo de la historia, iniciando una guerra contra todos los Avengers habidos y por haber -y con la ayuda de Loki, si eso es posible.Ahora bien, hay que aceptar que no todo es solemnidad alrededor del T'Challe de Boseman -que, por cierto, interpretó mucho mejor a un héroe afroamericano de la vida real en la sólida biopic Marshall (Hudlin, 2017)-, pues el personaje está rodeado de un ingobernable trío de mujeres que no necesitan bules para nadar: su brillante hermana menor Shuri (Letitia Wright) que es como una suerte de "Q" jamesbondesca femenina y simpática, su despampanante novia espía Nakia (Lupita Nyong'o) a la que siempre ve con ojos de conejo lampareado (y quién no), y su fiel generala invencible Okoye (Danai Gurira, cambiando el sable de The Walking Dead por una letal lanza africana). Ellas tres ayudan a que la película adquiera cierta ligereza entre tantas escenas fantasmales shakespearianas y tantos choros aleccionadores.Al inicio anoté que Coogler es un cineasta ascendente y descendente. Me explico: es ascendente porque primero con Creed y ahora con Pantera negra, el cineasta nacido en Oakland ha accedido a presupuestos cada vez más grandes y a proyectos cada vez más ambiciosos. Pero también es descendente porque, más allá del dinero que se gastó y que ganará en taquilla esta Pantera negra, el mejor cine de Coogler sigue siendo su opera prima que, sin tanta solemnidad y con mayor economía (de dinero y de medios) reflexionaba dolorosamente sobre lo que significa ser afroamericano en los Estados Unidos del siglo XXI. Cadena de oración para que Coogler vuelva al buen cine, con más o menos dinero. 

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