Pantera negra (Black Panther) es una especie de provocación que nace de la premisa: si existiese una nación africana poderosa que nunca haya experimentado la colonización y la supremacía blanca (Wakanda), ¿no tendría la obligación moral de tomar medidas revolucionarias para liberar a todos esos pueblos africanos y sus descendientes, que carecen de los recursos para defenderse? Acaso ¿no se justificaría esa revolución después de tantos siglos de robo y derramamiento de sangre? Killmonger (supervillano), que ha experimentado el racismo íntimamente, dice que sí. T’Challa (Rey de Wakanda), con el privilegio de nunca haber sido picado por el aguijón del racismo, afirma que no. Y Nakia, quien ha viajado por todo el continente y cree que Wakanda tiene un deber humanitario para con el mundo, nos plantea un discurso intermedio. Entonces, con ese gran poder, ¿cuál sería exactamente la responsabilidad de Wakanda?
Por supuesto, Pantera negra no es básicamente un thriller político. Aunque estos conflictos y tensiones se manifiestan tanto en la acción como en el diálogo de los personajes, y las ideas y/o preguntas surgen naturalmente. No hay portavoces que hablen en nombre de los guionistas. Pero es justo decir que es la película más política producida por Marvel Studios, tanto en su existencia misma: la película más cara que se haya protagonizado con un reparto de raza negra casi en su totalidad, como en las preguntas que plantea la historia.
Las mejores películas de superhéroes no trascienden el género, sino que lo exaltan en todos sus aspectos. Por ejemplo, el Superman de Richard Donner supo capturar la maravilla del mito de Superman. The Dark Knight (Batman) de Christopher Nolan lleva a Batman a su misma esencia y eleva la vara con respecto a lo que este éxito de taquilla puede lograr.
Pantera negra, con su ambición estética, su profundidad de imaginación y sus temas realmente desafiantes, pertenece a este selecto grupo. No solo captura las cualidades esenciales del personaje, sino que se expande sobre el propio concepto, y se erige como una película que importa tanto por lo que dice como por lo que es.
Pantera negra podría haber sido solo otro juego de Marvel, una apuesta divertida y pasatista pero a la vez desechable en el catálogo del sello. Pero su director, Ryan Coogler, tenía el poder, y quizás la responsabilidad, de hacer mucho más que eso. Y lo consiguió con creces.