Aunque podría ser perfectamente el título de un blog de paternidad, no es más que una inquietud que acecha en la oscuridad de mi mente.
Alguna vez ya he comentado que en muchas ocasiones, la mayoría seguramente, soy incapaz de cambiar el chip de padre de un chaval de 9 años, al de padre de un niño de 2 años, al menos a la velocidad normal.
No hace mucho os conté que me costaba percibir cuando cangrejito quería que lo tratara como a un chaval, y cuando quería que lo tratara como a un niño, porque todavía lo es. Y a pesar de que empieza a querer ser mayor, también quiere seguir siendo un niño.
A eso, le tenemos que sumar la diferencia de edad entre ambos, lo que da como resultado un padre mareado que no es capaz de cambiar el chip de forma rápida, para poder ofrecerle a cada uno lo que necesita. Quizás no sea necesario, pero hay ocasiones en las que estoy con el chip de 2 años y cangrejito requiere mi atención, y yo continuo igual, y me mira raro. Si me doy cuenta intento aparentar madurez y atenderle, pero luego al volver con cangrejín he perdido la personalidad infantil, y me toca recuperarla.
Lo malo es que esto es continuo, por lo que me preocupa que se me fundan los plomos, que salte el térmico o como quieras llamarlo, porque además también está mamacangreja que quiere al adulto y no vuelvo a ser yo tan rápido, o al menos eso me parece a mi.
Si además le ponemos una pizca de gritos, peleas entre hermanos, falta de sueño y dolores físicos varios, nos topamos con una mente que a veces va un poco a la deriva, que cambia de la risa al grito con una facilidad pasmosa. En un segundo puedo pasar de Jeckyll a Hyde sin despeinarme siquiera.
Claro, luego me siento mal y me toca disculparme y dar explicaciones e intentar que no se repita, pero se repite, porque las rutinas no cambian y mi mente sigue estando igual de mareada.