imagen: Pinterest
Hoy mientras tomaba el primer café de la mañana leía el último post de Anna de Drimvic .
Es un precioso cuento de Navidad, Anna escribe muy bonito, ya lo sabes.
Precioso aunque también triste, porque me ha dado la sensación de que la magia de la Navidad termina cuando se nos cuenta la verdad, que Papa Noel y los Reyes Magos no existen.
Conozco a muchos padres que sufren solo de pensar en el día que sus hijos se enteren. Como si ya no hubiera más magia.
Yo, como niña a la que nunca engañaron discrepo totalmente.
Siempre fui y sigo siendo muy Navideña.
Cierto que este año me esta costando un poquito más enervar el espíritu porque tengo a dos personas a las que quiero muchísimo pasándolo bastante mal y eso apaga un poco todo el “bling, bling” de estas fiestas. Pero eso es ya otro tema.
A lo que vamos.
Mis padres nunca me engañaron, a principio de los 70, mi familia estaba inmersa en una especie de cambio de rol, estábamos pasando de la familia tradicional a una especie de familia más moderna, de las que clamaban libertad corriendo delante de los grises, de las que renegaban de los antiguos estereotipos, ya no se bautizaba a los niños, ni se hacia la comunión y por supuesto no se mentía a los niños. Esto también es otro tema, pero bueno, si te sirve para ponerte en situación, pues bien.
A pesar de eso, siempre vivimos la Navidad con mucha ilusión, ilusión por mantener las tradiciones, las cenas, el árbol, la carta, la visita al embajador, que para mi era uno de los acontecimientos del año, ir a la cabalgata y luego hacer una merienda cena en casa de los vecinos, las chocolatinas colgadas en el árbol, la sopa de Navidad que nadie mas prepara como nosotros.
La magia no venia de fuera, la magia la hacíamos nosotros, porque estábamos felices de estar juntos y nos gustaba celebrarlo.
A mis hijos les engañamos un poco, porque mi marido, creía en la magia de creer, pensaba que sino no vivirían unas verdaderas Navidades. Paparruchas.
Se enteraron pronto, no les importo en absoluto y a mi tampoco me importó lo más mínimo, al contrario, me sentí muy aliviada, no se me da bien mentir y me agobiaba meter la pata.
Seguimos escondiendo los regalos, seguimos poniéndolos debajo del árbol la mañana de Navidad, seguimos yendo a ver la cabalgata y a merendar después, paseamos en coche viendo las luces de la ciudad mientras escuchamos a Frank Sinatra y a Dean Martin cantar villancicos y un montón de cosas más.
Y a día de hoy no he notado ningún cambio en su percepción de la Navidad, les encanta, les ilusiona, igual que me ilusionaba a mi, por las pequeñas tradiciones, por los buenos ratos con la familia, y como no por los regalos.
Así pues si eres de los que tienen mucho miedo a que se enteren y perder la magia, quizás puedes plantearte poner mas énfasis en esas otras pequeñas cosas muy navideñas y así mantener la magia siempre viva.
Disfruta de la Navidad.