Revista Diario
Mi hijo ya tiene cinco añazos. Es todo un hombrecillo, con un carácter muy fuerte, pero a la vez más tierno que una (buena) magdalena. Todos los padres decimos lo mismo, pero creo que es un niño muy especial. Ya no solo porque tiene a sus espaldas lo que tiene, que espero no le incordie mucho a lo largo de su edad adulta, y que tengamos la suerte de estar su madre y yo hasta que sea plenamente independiente, si no por que tiene una inteligencia importante. No se si será más o menos listo que otros niños, lo que sé es que absorbe como una esponja los conocimientos y cada día me sorprende con una ocurrencia, deducción o similar. Por otro lado, tiene los típicos despistes de “genio”. Es capaz de no ver un coche de juguete que tiene a metro y medio de sus narices, y tengo que señalárselo para que se dé cuenta. Alguna vez he llegado a pensar que veía mal, pero no, es despiste puro y duro. El caso es que yo no quiero que sea una “especie de genio”, pero reconozco que sí que me gustaría que fuera más inteligente que su padre y su madre (que no somos tontos precisamente) para que consiga en su vida lo que se proponga. Eso si, que no sea informático, por Dios…. Uno echa la vista atrás y se da cuenta de todo lo que ha pasado en este tiempo. Y te paras a pensar en lo mucho que has hecho, en las cosas que has aprendido. Y te das cuenta de que hay cosas que no volverán, y que las pasaste “sufriendo” y deseando que se pasaran pronto, y ahora, simplemente las echas de menos. Echo de menos bañarme con él. Le metía entre mis piernas, con su cabeza apoyada en mis pies, de frente a mí, y me miraba con curiosidad con esos ojos grandes, mientras le echaba agua y le decía tontunas. Echo de menos sentarme frente a mamá con él en sus brazos y ver como reclamaba la teta y como se agarraba a ella, y como succionaba con verdaderas ganas.
Echo de menos cogerle en brazos, y mecerle, mientras le cantaba bajito “para dormir a un elefante”, y notar como poco a poco se iba relajando y se le cerraban los ojitos y hacía esfuerzos por no dormirse, hasta que no podía resistirse y se quedaba dormidito. ¡¡Este si que era un momentazo!!! Estos momentos han pasado ya, y es una pena. mamá sin complejos sabe que me encantaría tener otro niño y disfrutar más de la experiencia. Pero hemos decidido que no puede ser. Así que vamos a disfrutar del momento actual, y esperaremos con ganas lo que viene. Porque lo que tenemos ahora es extraordinario. Poder hablar con un niño de cinco años todas las tardes, y que te cuente por ejemplo lo que ha hecho en el cole, que ha sido el primero de la clase en aprenderse la poesía de carnaval y ver como está orgullosísimo de sí mismo. Ver cómo te lo cuenta prácticamente a gritos, porque no puede más de la emoción. O hablar con él de una cosa que no conoce y empezar a explicárselo, teniendo que adaptar tu explicación a términos que él sabe, o explicándole un término nuevo, y ver que te mira absolutamente concentrado, tratando de asimilarlo. Y cuando crees que no te ha entendido del todo va él y te pone un ejemplo usando ese término, y te deja fuera de juego. O cuando le enseñas un movimiento que no ha hecho nunca, como por ejemplo en una cama elástica (gracias Decathlon, por dejar utilizar en tus instalaciones todas estas cosas), que se ponga a saltar y decirle que caiga de culo y cuando rebote que se ponga de pie de nuevo, y cuando lo consigue, ver como pone una cara de felicidad que ya quisiera yo tenerla. O cuando, “simplemente” vas andando con él, agarrado de la mano y dice “papá, te quiero mucho”. Es entonces cuando te das cuenta de cómo pasa el tiempo, y de que hay que aprovechar cada minuto que pasas con él, por que ese minuto no volverá.