Me acabo de acordar de que hace unos años vino a mi estudio un profesional sanitario a pedirme presupuesto para hacerse su vivienda-consulta.
La traía ya dibujada en plantas sótano, baja y primera en unas hojas cuadriculadas.
¡Mierda! ¡Conocía la técnica del papel cuadriculado! Durante generaciones, durante siglos, los arquitectos hemos guardado celosamente ese, nuestro más preciado secreto profesional, y nos hemos juramentado para no contarlo jamás a los profanos, pero hace unas décadas algunos idiotas se fueron de la lengua y ya se ha extendido hasta un punto de no retorno y de pérdida absoluta de control, lo que ha devenido en el actual colapso de nuestra profesión.
Sí: nuestra otrora digna y respetable profesión está muerta. Ahora ya cualquiera puede dibujar los planos de un edificio, y por lo tanto ya no nos necesita para nada.
La cosa consiste (ya de perdidos al río) en dibujarlos a un tamaño menor del que va a tener el edificio una vez construido. Esto evita muchas molestias y engorros. Para ello utilizamos un concepto que llamamos "escala", que consiste en traducir proporcionalmente medidas grandes por otras pequeñas.
Con el papel cuadriculado podemos decir, por ejemplo, que cada cuadradito es un metro. Sí, ya sé que suena a monstruosa magia, pero imaginad las ventajas: ¿Quiero dibujar un muro de cinco metros de largo? Pues hago una línea que mida cinco cuadraditos. Y así. Es sencillo, ¿verdad? Es una abstracción complejísima, pero al mismo tiempo es muy fácil de aplicar una vez que se pone uno a ello.
La mayor parte de la gente no lo hace, pero los sanitarios suelen ser gente meticulosa y este sí lo hizo: dibujar la parcela (que, eso sí: para los no profesionales siempre es rectangular). Después pidió cita con los servicios técnicos municipales (que son gratis), quienes le explicaron lo de los retranqueos, la ocupación, la edificabilidad y las alturas.
Una vez aclaradas estas ideas, y con la parcela dibujada en el papel cuadriculado a razón de un cuadrito por metro (si uno es ya un artista puede hacer dos cuadritos por metro, que es lo que los profesionales llamamos "al doble de escala"), trazó una paralela por el interior de cada lindero a la distancia del retranqueo obligatorio. Y una vez aclarado cuál era el espacio en el que podía actuar pasó a dibujar las piezas.
En planta baja una consulta de doce metros cuadrados: tres por cuatro. Pues un rectángulo de tres cuadraditos por cuatro cuadraditos. Luego un gabinete de tres por dos. Una sala de espera y recepción de cuatro por cinco. Un laboratorio de tres por tres. Un trastero de dos por uno. Ay, que ya llegó al borde de esa fachada. Pero por el otro lado le quedaba sitio. Pasillo de un metro (un cuadradito). Y aseo de dos por dos, sala de no sé qué de tres por tres. Y zona de consulta terminada. Un tetris casi perfectamente encajado.
Vamos ahora con la planta alta.
Si se desea una planta alta es muy necesario que se pueda llegar hasta ella. Para ello se debe poner una escalera. (¿Un ascensor? Estupendo, pero además una escalera por si el ascensor se estropea o si se va la luz). ¿Y cómo se dibuja una escalera? En principio parece dificilísimo, un problema sin solución posible; pero en esta tesitura uno puede pedir un comodín: al dibujar una escalera uno debe invocar a la física cuántica, a los agujeros de gusano y a lo que sea menester para que, milagrosamente, el espacio deje de ser euclidiano ahí.
Hay muchas soluciones, pero las más frecuentes son dos: O el pasillo, al final, donde ya ha terminado y deja de hacer falta como tal se convierte de repente en una escalera de un tramo recto, de un metro-cuadradito de ancho (¿pero cómo da la vuelta arriba, donde de repente desembarca milagrosamente en sentido contrario en un pasillo idéntico al de abajo y colocado exactamente en la misma vertical porque ya hemos dicho que los sanitarios son meticulosos?), o en un cuadrado de dos por dos cuadraditos encaja una escalera de cuatro tramos en la que hay cuatro mesetas de uno por uno pero ningún peldaño extra. Una variante de esta última es la extraordinaria escalera de caracol, pero en este caso queda insertada en un solo cuadradito. (Las escaleras son muy puñeteras).
En la planta alta, a partir de la escalera y del pasillo, las habitaciones se distribuyen con la misma estrategia de antes: una de cuatro por cinco, otra de tres por cuatro, otra de tres por tres, y así: una detrás de otra en una fila y lo mismo en la fila de enfrente.
La planta sótano es para el garaje, las instalaciones y los trastos. Y si la escalera ha desafiado a Euclides desde la planta baja hasta la primera, ahora desde la baja al sótano lo vuelve a desafiar, y la rampa del coche lo escupe y abofetea. Desde la calle hasta la línea de fachada (en general el retranqueo suele ser de tres metros) el artista ha bajado tres metros. (Normal: Recordemos que la planta baja es de atención sanitaria y tiene que ser accesible, por lo que es preferible que no esté más alta que la calle). Eso significa una pendiente del cien por cien. O sea, un ángulo de cuarenta y cinco grados.
Quienes remeten un poco la fachada del sótano para darle algo más de longitud a la rampa no remeten la de la planta baja, con lo que hay cabezada. Quiero decir parabrisazo. Por último están quienes sí levantan un poco el forjado de planta baja para suavizar algo la rampa de sótano, pero entonces hacen otra milagrosa rampa ascendente desde la calle para acceso de pacientes. Esa, por nuestro bien, es mejor que no os la describa.
Bien. Esos eran los tres planos que me enseñó y explicó. Para empezar conté hasta diez. Para continuar conté hasta veinte y para terminar conté hasta treinta, todo ello mordiéndome los labios por dentro. Carraspeé un poco y, no sé con qué voz ni con qué sonrisa (rictus) dije (necesitaba el encargo):-Está muy bien.Al cabo de unos segundos le comenté (por comentar algo) que los muros y los tabiques tienen espesor, y que las medidas que tan escrupulosamente había asignado a cada pieza iban a mermar un poco, por no decir bastante.Ahí ya me empecé a venir arriba y le dije que esa escalera no podía ser, ni esa rampa tampoco. Le estaba cayendo ya tan antipático que, de perdidos al río, añadí que se pasaba bastante de edificabilidad.
Ahí ya me paró los pies. Me dijo que de eso nada, que la arquitecta municipal le había explicado perfectamente... y le escuché una disertación sobre los conceptos de edificabilidad y de ocupación. Me mordí la lengua y me repetía: "Cállate, Joserramoncito, bonito. Déjale que se explaye".
Me lo volvió a contar todo muy convencido y yo, no sé por qué, era una época muy mala y necesitaba ingresos, le hice un presupuesto de honorarios. Le pareció altísimo. (Natural: Si él ya lo había hecho todo y yo solo tenía que poner mi nombre y mandarlo a visar al colegio de arquitectos).
Me dijo los honorarios que estaba dispuesto a pagarme (no sé si sus pacientes hacen lo mismo con él), que era una cantidad que me avergüenza decir aquí, y me añadió que en esos honorarios tenía que incluirle unas cuantas imágenes realistas hechas por ordenador y editables para probar distintos tipos de suelo, colores y texturas de paredes, carpinterías, barandillas, etcétera. Necesitaba esas infografías porque -me dijo- no sabía leer planos.
Yo, completamente alucinado, le dije que para no entender planos me había hecho tres. Y, literalmente, no tuve más palabras. No supe qué más decirle. Al menos, visto ya el encargo en la basura, me podía haber dado el gustazo de decirle cuatro cosas, pero no pude. Era una época en la que no salía nada. Todos los arquitectos estábamos desesperados, y con tal de conseguir un encargo nos rebajábamos hasta lo intolerable, de tal manera que lo peor que nos podía pasar es que nos lo adjudicaran.
Pienso mucho en el estado de nuestra profesión; en cómo se jodió todo por culpa del papel cuadriculado, cuya venta debería prohibirse de una vez por todas a los no profesionales, maldito Ministerio de Artículos de Papelería.