El último baremo del CIS no ha dejado a títere con cabeza en la farándula de la política. La cámara demoscópica ha arrojado una instantánea marcada por las sombras del desgaste y el suspenso de las élites. El paro y las penurias económicas son los temas que más preocupan a un país sociológicamente de izquierdas pero gobernado a base de embustes y mentiras por las capas de la derecha. En esta tierra de nadie, gobernada sin programa por el cetro de la mayoría, es donde el sinsentido de la política y la irresponsabilidad organizada, cabalga a sus anchas por los jardines de la demagogia.
La Hispania desencajada, como así se nos conoce en los foros literarios de la economía, es la principal perspectiva para entender una realidad de "dimes y diretes" que nos empobrece día tras día, y nos sitúa en la mente de un sacerdote que ha perdido la fe durante el transcurso de su homilía. El desajuste entre estructuras económicas y sociales, la desigualdad interregional de la renta, los desequilibrios intersectoriales, las corruptelas de palacio y la falta de eficiencia en la gestión del dinero de todos, son algunas de las razones que rotulan la etiqueta que se nos cuelga desde la crítica de los paraninfos.
Las políticas de austeridad, llevadas a cabo por el ejecutivo, sin las correspondientes medidas internas de cohesión y coordinación interministerial, son parte del sesgo que nos impide salir de este callejón oscuro ubicado en la periferia de una ciudad desigual llamada Europa. La "España en sentido contrario" – expresión extraída de las tribunas y pizarras de las aulas de Madrid - sintetiza el mal sabor de boca mostrado por la panorámica reciente del CIS. La existencia de contradicciones sistémicas en las políticas del ejecutivo refleja la escultura social de un país esculpido a base de "matar moscas a cañonazos". Esta filosofía de la irracionalidad es la que invita a la crítica a poner su toque de atención a un conjunto de ministros desprovistos de titulación correlativa con los menesteres de su cartera.
En la España de hoy, donde para ser ministro de sanidad no se necesita saber ni de jeringuillas ni jarabes, no es de recibo solicitar peras al olmo porque seguro que éste nunca las dará. Resulta deplorable que Mariano Rajoy, el mismo candidato que llegó a la Moncloa con los mismos moldes populistas que utilizaron los totalitarismos para ganarse la confianza de su gente, siga callado como una tumba con el único fin de no desgastar su figura ante las críticas vertidas por los rodillos de la izquierda. Las dictaduras se caracterizan por la ausencia de programa y el poder unilateral en el puño del caudillo. En días como hoy, nuestro presidente gobierna con el poder absoluto de las urnas y el papel mojado de su programa. Preocupante.