Para Pilar
El papel quemado
es una de las cosas más tristes del mundo.
¿No te parece?
Farenheit 451 de melancólica ignominia asesina.
Salinger sodomizado por la tirana victoria de la palabra.
Sórdido antónimo de San Juan dadaísta.
Llamas pariendo la absoluta nada
el crepitar de la danza del vacío sobre lo que pudo haber sido.
Ni tan siquiera cenizas.
Ni tan siquiera cenizas.
Ni la esperanza del póstumo abrazo de gloria del mar.
Ni la posibilidad de la urna con la autoría del ego.
La liberación definitiva del peso de significar
y el placer y el dolor retorciéndose
con ínfula perversa de látigo redentor.
Ni tan siquiera cenizas.
Ni tan siquiera cenizas.
El papel quemado no arde, se desintegra
como un sueño ante el destructor contacto con la vigilia.
Fénix inválido de alas incapaces
sobrevolando un rumor vacuo de esquina no atrevida a doblar.
Sin ningún nido del que resurgir a trompicones.
Ni tan siquiera cenizas.
Ni tan siquiera cenizas.
Que esnifar en un vano y absurdo remedo de inspiración.