Leí este libro en condiciones y contextos deplorables, aprovechando al máximo los fragmentos de tiempo que la actividad laboral, social y paterna me lo permitieron, durante este personalmente caótico inicio de agosto. Ni las feroces pendencias de mis niños por infinitas nimiedades, ni las indirectas de mi mujer y su marido “ausente”, ni siquiera el cansancio físico de largas jornadas, pudieron hacer mella en mi determinación de lector, induciéndome a la búsqueda de insospechados momentos y lugares donde ejercer el hábito de la lectura. El merito único y absoluto de tal obstinación, en este caso corresponde a Eduardo Sacheri, autor de la magnífica Papeles en el viento. La novela comienza con el entierro del Mono Raguzzi, un fanático hincha de Independiente, cuyo paso por la vida dejó entre otras pasiones, una pequeña hija fruto de un fugaz matrimonio; un capital de 300.000 dólares invertidos en la compra de un jugador de fútbol “con futuro”, fruto de una indemnización laboral y tres disímiles amigos (uno de ellos su hermano mayor), fruto de una afectuosa y sincera relación que se remonta a los tiernos años de infancia en el barrio de Castelar.
Fernando, el Ruso y Mauricio se juran recuperar aquella inversión con el fin de asegurar el futuro de la huérfana, tarea nada fácil si tenemos en cuenta que el goleador “con futuro” devino en un patadura que prodiga sus escasísimas virtudes futbolísticas en un ignoto equipo Santiagueño, rival de nuestro Alumni en el Argentino A. Las muy diferentes personalidades de los tres protagonistas harán que la relación entre ellos se ponga a prueba ante cada intento fallido de “colocar” al matungo, situación que es aprovechada para reflexionar sobre los mas diversos temas que van desde los espirituales, como el valor de la fe o la propia existencia de Dios hasta otros mas mundanos y terrenales, como la mejor táctica para jugar en la Play o el “negocio” de cierto periodismo deportivo; todos ellos encarados, no desde una óptica intelectual o ensayística, sino con el simple encanto y humor de esa filosofía barrial que inunda los tablones cada fin de semana en las infinitas canchas de nuestro país. Y es en esos diálogos fontanarrosescos, donde se asienta buena parte de la belleza de esta novela, que tiene la virtud de hacer pedazos un clima de creciente emoción con una salida ocurrente y en una línea transformar esa rebuscada lágrima en carcajada.
Quienes aprecien las buenas historias y el fútbol, en ese orden, sin dudas disfrutarán tanto como yo de este libro, y al finalizarlo probablemente también empardarán la sensación del Mono Raguzzi en la tribuna cada vez que termina su equipo victorioso, y ese mero hecho, como un partido o un libro, tiene el poder por si solo de alinear los planetas, y ponernos en paz con el mundo y es solo entonces cuando podemos reparar en la sutil belleza de unos simples papeles en el viento.