No, no se trata del esperado combate del siglo, sino del gran dilema entre estos dos alimentos. Purés caseros o los potitos del supermercado, ¿qué le doy a mi hijo?
Pese a que pocas veces defendemos el uso de alimentos procesados frente a los naturales, debemos empezar reconociendo un hecho verídico: actualmente, los potitos que compramos están muy bien hechos.
Tan bien hechos que no contienen plaguicidas, puesto que las cantidades están limitadísimas por ley, y además disponen de una interesante riqueza nutricional. Pero, como casi todo en esta vida, también tienen su cara oculta: pese a los últimos avances técnicos en la producción alimenticia, los potitos siguen conteniendo aditivos necesarios para que los alimentos se conserven en condiciones perfectas.
“Vale, lo he entendido”, puede que estés pensando, “dime ahora si son malos o no”.
Los potitos en sí no son malos. No queremos que cunda el pánico puesto que sería absurdo afirmar lo contrario. Como ya hemos comentado, la industria de alimentos infantiles está muy controlada y no se permite que su composición nutricional sea perjudicial en ningún sentido.
Pero otra cosa también es verdad: una papilla casera siempre será mejor que una de comprada.
¿Por qué? Pues debido a que contienen entre un 20 y un 40% más nutrientes que las industriales y menos azúcar, además de la nula presencia de aditivos químicos. El motivo no creemos tener que explicártelo: donde se encuentren los productos frescos y naturales, “que se quite todo lo demás”, como se dice coloquialmente.
Otra de las ventajas es el sabor intacto que conservan las papillas de casa frente a los preparados industriales.
Por tanto, considera los potitos del súper como una opción a tener en cuenta en determinados momentos, como excursiones familiares o salidas imprevistas, y acostumbra a tu hijo a comer la papilla casera de toda la vida.