Otra vez volvemos a las andadas... Echamos de nuevo la vista atrás, a nuestros hogares de juventud donde los sillones orejeros ocupaban un lugar especial en cualquier cuarto de estar que se preciara de serlo. ¡Estaban rifados! Pero siempre solían tener un único dueño.... "¡Ahí no te sientes, que ese es el sitio de papá!" "¡Pero ahora no está, así que me lo pido yo!"... "¡Mamaaaá, la niñata se ha sentado en el sillón de papá!"... "Shhhh... Chivata, más que chivata..." Por supuesto, a papá no le importaba nada que alguien se sentara en él en su ausencia, pero cuando llegaba a casa después de un agotador día de trabajo, ¡ay de quién quisiera arrebatarle su santuario del descanso...
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Y es que planchar la oreja en uno de estos es un placer de dioses... ¿No creéis?