«Espero que nadie me considere excesivamente cínico si afirmo que un buen resumen de cómo funciona la programación de la televisión comercial y pública es simplemente éste: el dinero lo es todo. En horas punta, la diferencia de un solo punto en la audiencia vale millones de dólares en publicidad. Especialmente desde principios de la década de los ochenta, la televisión se ha convertido en algo motivado casi enteramente por el beneficio. Eso puede verse, por ejemplo, en el declive de los informativos y programas especiales de noticias o en las patéticas evasivas de los canales principales para burlar la orden de la Comisión Federal de Comunicaciones de mejorar el nivel de la programación infantil. (Por ejemplo, se defendieron las virtudes educativas de una serie de dibujos animados que sistemáticamente representa mal la tecnología y el estilo de vida de nuestros antepasados del pleistoceno y retrata a los dinosaurios como animales domésticos.) En el momento de escribir estas páginas, la televisión pública en Estados Unidos corre el peligro real de perder el apoyo del gobierno y el contenido de la programación privada va camino de una caída abrupta a largo plazo.
Con estas perspectivas, luchar por conseguir más ciencia real en televisión parece ingenuo y desesperado. Pero los propietarios de cadenas y productores de televisión tienen hijos y nietos cuyo futuro, como es lógico, los preocupa. Deben sentir alguna responsabilidad por el futuro de su nación. Hay pruebas de que la programación científica puede tener éxito, y de que la gente pide más. Mantengo esperanzas de que antes o después veremos presentada regularmente la ciencia real con habilidad y atractivo en las principales cadenas de televisión de todo el mundo».
El mundo y sus demonios (1997)
[Extracto del libro escrito por Carl Sagan]
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