Me advirtieron que mi vida cambiaría al conocerte. Estaba incrédula porque jamás había experimentado un sentimiento tan poderoso y significativo. Incluso, pensaba que mi corazón no podía pertenecer a nadie porque ya tenía dueño. Entonces te tuve en brazos y todo cambió. Ese día me di cuenta que solo hay un amor verdadero. Ese amor limpio, auténtico, genuino y real que solo se puede sentir cuando se ama de verdad.
No te voy a mentir. Al principio estaba muy asustada. No sabía cómo cargarte, sacarte los gases e incluso cómo alimentarte correctamente. Pero contigo, también llegó el instinto y poco a poco fui descubriendo todo. Juntos lo logramos.
La etapa de los terribles dos se ha extendido y ya vas por los terribles cuatro. A pesar de los corajes y las frustraciones que hemos vivido ambos con el proceso, sin duda ha sido uno lleno de aprendizaje. No te culpo por esos llantos descontrolados o esas actitudes de rebeldía. Soy adulta y de vez en cuando me dan rabietas. Es una forma natural de expresar emociones y sacar frustraciones. Además, se que esos "terribles" irán más allá de la adolescencia así que con paciencia y madurez superaremos juntos cada etapa.
No quiero decir que hice sacrificios por ti. Eso no es cierto. Lo correcto es decirte que tomé decisiones basadas en el amor profundo que te tengo. Mi compromiso como mamá va por encima de cualquier cosa en la vida y eso no es sacrificarse. Eso es amar de verdad.
¿Sabes? Lo mejor que tiene una relación entre madre e hijo es que es para siempre. Aquí estaré para ti. Mientras tanto, haz el bien y, como siempre te he dicho, se feliz y vive la vida.
Ah, ya voy a terminar. Cuando algún día leas esto, quiero que sepas que terminé de escribir esta nota porque te despertaste y te lanzase sobre mi. Me diste un delicioso abrazo y un tierno beso de buenos días. Ves, por cosas como esas es que vale la pena ser mamá.
Te amo.