El discurso de Felipe VI ante la Asamblea Nacional Francesa debió asombrar a los actuales republicanos españoles.
Los herederos de la Revolución de 1789, la que guillotinó a Luis XVI de Borbón en 1793, aplaudieron al joven Borbón más tiempo que las Cortes Generales españolas en su proclamación como Rey el 19 de junio de 2014.
Tres días antes, en una final futbolística en el estadio del Barça, y pese a prestigiarla con su título –Copa del Rey--, el mismo Felipe VI oía una insultante pitada contra él y contra el himno nacional.
En el país que preside el socialista François Hollande, otros dos socialistas y republicanos franceses, el primer ministro, Manuel Valls, barcelonés, y la gaditana alcaldesa de París, Anne Hidalgo, homenajearon a Felipe y Letizia con palabras y gestos de admiración y afecto.
Si sus expresiones vinieran de izquierdistas españoles se les tacharía de traidores y ridículos monárquicos.
La simple existencia de los reyes, de cualquier rey o reina europeo, logra que muchos de sus conciudadanos racionalistas se confiesen monárquicos, un sentimiento raramente expresado en España pese a que se ha comprobado el peso histórico de la Corona y, empíricamente, su utilidad desde 1975-78 hasta hoy.
La monarquía tuvo grandes reyes, también felones, pero es milenaria a pesar de sus interrupciones, la última de 56 años (1931-1975), seguida por una restauración ratificada en referéndum libre en la Constitución de 1978.
Felipe y Letizia son ejemplo internacional de modernidad y democracia, dijeron con paternalismo, pero también con envidia, los dirigentes republicanos francoespañoles.
Convendría reformar la Constitución y obtener un último refrendo en toda España. Todos quienes le silban sabrán así que es el máximo garante del sistema democrático que los hace libres.
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SALAS