Dos amigos, Pedro y Juan, se retan a realizar diez multiplicaciones de pares de números de dos cifras, en el menor tiempo posible y sin cometer error. La primera es… 27x32. Pedro, consciente de que el método matemático de resolución conlleva una costosa procedimentación, decide atajar y contesta al instante que 846, confiando en su acostumbrada intuición. Juan opta por la razón y tras varios cálculos afirma algo después que 864, la correcta solución. ¿Y si Pedro también hubiera acertado…? Entonces Juan solo debería esperar a las otras nueve operaciones con la seguridad estadística de que Pedro las tendría que fallar. Así es la ley de la probabilidad, que penaliza a la casualidad frente al análisis de la situación.
Si la intuición es el conocimiento instintivo y directo de las cosas, la razón es el reflexivo y secuencial. Por tanto, aquella es rápida y descansada mientras que esta, lenta y esforzada. En la resolución de problemas (es decir, la vida en general), parece que la primera opción es más atractiva que la segunda si seguimos nuestra inclinación animal a minimizar las energías a gastar. Pero si atendemos a la probabilidad de acertar, lo conveniente entonces será el razonar y dejar la adivinación para los juegos de azar.
A menudo me encuentro con personas que manifiestan dejarse llevar en la vida por su intuición y yo me pregunto si estarían dispuestas a subirse a un avión pilotado por un taxista, eso sí, con gran sentido de la orientación.
¿Para qué sirve la intuición…? Pues para solventar lo que no ofrece tiempo de resolución, como pueda ser una caída inesperada por las escaleras, una partida rápida de ajedrez o mientras conducimos el coche, un inoportuno reventón. Entonces no nos queda otro remedio que decidir sin pensar, aunque si tuviéramos la oportunidad de vivir esos instantes en “cámara lenta” seguro optaríamos por darnos la oportunidad de reflexionar cual sería la mejor opción. ¿Es así o no…?
¡Ah!, se me había olvidado decir que Pedro, subido algo de peso, no consigue disminuir el perímetro de su barriga pese a su reciente adquisición en una conocida “tele-tienda” de un aparato de estimulación abdominal por electrodos que además puede usar mientras contempla, cómodamente sentado en su sillón y con una cerveza, la televisión. Por su parte, Juan mantiene un vientre plano tras varios años de ejercicio regular en el gimnasio, cuya alta dedicación es verdad que le ha restado mucho tiempo para beber cerveza y encender el televisor…
Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro