Revista Arquitectura

¿Para qué te has molestado?

Por Arquitectamos
A veces alguien nos hace un regalo inesperado, e incluso algunas veces exagerado, desproporcionado... y horrible. Nos emociona que se hayan acordado de nosotros, e incluso que se hayan gastado tanto dinero, pero nos emociona aún más pensar qué habríamos hecho nosotros con ese dinero, en vez de comprar esa... cosa.
¿Para qué te has molestado?
Es entonces cuando decimos: "¿Para qué te has molestado?". A menudo esa frase quiere decir: "¿Qué especie de mierda es esta?" En un inolvidable episodio de Los Simpsons Bart dona su sangre (obligado por su padre) a Montgomery Burns, y éste se lo agradece con una tarjeta. Homer, indignado, le escribe una nota antológica exigiéndole un regalo, y el multimillonario finalmente regala a la familia una monstruosa (e inconcebiblemente cara) cabeza olmeca. (Esta cabeza sale en episodios posteriores, arrinconada en el sótano forever and ever). Homer le pregunta a su esposa para qué sirve ese regalo, y ella le contesta que es una muestra de amistad y de gratitud, sin más. Él le insiste: "No, en serio, Marge: ¿Para qué sirve?" No sé si lo mío será patológico, pero SIEMPRE estoy de acuerdo con Homer.
Pues bien: Si ya nos produce desazón que alguien se gaste un dineral en regalarnos algo que no necesitamos, o que no nos gusta, no digamos la desazón que nos produce si encima nos hacen ese absurdo regalo con nuestro dinero.
Esto es algo que ocurre a menudo con las obras e infraestructuras públicas. Estamos más que hartos de autopistas, aeropuertos, polideportivos, etc, que no necesitábamos, y que además nos toca pagar.
La última (mejor dicho, penúltima; aquí siempre hay que hablar de penúltima) es la Casa de la Cultura de Romo (un barrio de Getxo, al lado de Bilbao). Más de mil personas se han manifestado porque esa Casa de la Cultura (que ya se está construyendo) no es la que necesita el barrio, "ni por envergadura, ni por estética ni por su descabellado precio".
¿Para qué te has molestado?
Y me planteo y os planteo la cuestión, que tiene varias ramas: 1.- ¿Un gobierno legítimo puede gobernar? ¿Puede tomar decisiones de gobierno? Parece que no sólo puede sino que debe hacerlo. 2.- ¿Los arquitectos pueden diseñar los edificios? Parece que no sólo pueden sino que deben hacerlo. 3.- ¿Los ciudadanos pueden opinar sobre las instalaciones que necesitan y las que no? Parece que no sólo pueden sino que deben hacerlo.
¿Entonces qué hacemos?
¿Para qué te has molestado?
Parece que lo lógico es que todos se escuchen y lleguen a soluciones, no a crear nuevos e innecesarios problemas. También es evidente que tanto los gobernantes como los arquitectos son SIEMPRE servidores de los ciudadanos, y que se habrían evitado muchas monstruosidades si se hubiera sido sensato buscando la solución de problemas prácticos, en vez de buscar sólo el espectáculo y la vana hojarasca. Hay que reconocer que a veces nos sale a todos un ramalazo absolutista del tipo "todo para el pueblo pero sin el pueblo" o "el pueblo no sabe lo que quiere". (Naturalmente, mientras pensamos esas cosas no nos sentimos pueblo, igual que cuando pensamos que los turistas están estropeando un paisaje no nos consideramos turistas). Yo tuve el privilegio de diseñar la casa de la cultura de mi pueblo. Tras escuchar a los concejales y hacer una lista de prioridades, y conociendo la cantidad de dinero de la que se disponía, hice unos primeros croquis. El alcalde quería que todos los ciudadanos opinaran, y convocó una reunión en la que yo les tenía que enseñar los dibujos y explicarles la idea, y tomar nota de sus sugerencias. La reunión fue un poco decepcionante, porque la mayoría de las ideas de los asistentes fueron meramente técnicas (y era gente no muy ducha en la técnica y que decía vaguedades) y, sobre todo, estéticas (predominaba la tendencia bienvenidomistermarshalliana, consistente en meterle mano a Villar del Río hasta hacer que pareciera un pueblo andaluz).
¿Para qué te has molestado?
Los arquitectos tenemos más formación y más oficio que los ciudadanos medios para diseñar un edificio. Sí. Pero son ellos los que lo tienen que ver y soportar a diario. Difícil dilema, que salta desde un extremo elitista hasta el otro demagogo y que raramente encuentra el punto de equilibrio. En mi opinión, los vecinos de Romo tienen derecho a quejarse (y tienen razón) de las tres cuestiones que mencionan: envergadura, estética y precio. Creo que van unidas: Primero hay que aquilatar las necesidades reales que se tienen, después hay que ver cuánto dinero costaría resolverlas, y por último cómo sería y qué aspecto tendría el edificio. (En esto último soy más reticente a escuchar a la gente, pero también lo soy a las genialidades de los arquitectos. Ojalá la puñetera estética surgiera de un modo natural, como consecuencia de la honradez con que se han planteado las dos cuestiones previas). También sé que la forma no mana de un modo natural e inmediato de la función ni del programa de necesidades. No es así: A la forma hay que convocarla, configurarla e incluso exorcizarla, pero aun así debe acudir a nosotros coherentemente con todo lo demás. (Es algo realmente difícil; esa es la razón de la arquitectura). Tan absurdos y poco justificados me parecen los tics de "la gente en general" (ladrillo visto, piedra, arcos, rejas, farolillos, madera, portones remachados...) como los de los "arquitectos en general" (acero cortén, hormigón visto, vidrio enrasado, antiortogonalidad...). Si no responden más que al capricho son igual de malos los unos y los otros.
No tengo más datos de esta casa de la cultura que las infografías que he puesto. Y, por lo tanto, no tengo derecho a opinar sobre su diseño. Estoy hablando en general, de malas prácticas muy comunes. En este caso concreto, el edificio me parece que tiene atractivo plástico, pero dicen que han intentado recordar los acantilados de Getxo, y eso me parece caprichoso y antiarquitectónico. Ya he contado aquí varias veces que la arquitectura simbólica y metafórica, cuyas formas intentan recordar otra cosa, me parece un error. Lo bueno sería que esa casa de la cultura pareciera una estupenda casa de la cultura, y no un acantilado. Parecerse a los característicos acantilados de Getxo es tan caprichoso y absurdo como parecerse a un frontón, o a un baserritarrak, o a un caserío, o a un chipirón de anzuelo. Todo ello también muy de la tierra y de las tradiciones.
¿Para qué te has molestado?
Siento haber tomado este edificio como excusa. Repito que no lo conozco, y lo poco que veo de él no me parece mal. Lo siento. Sólo he querido sacar a la palestra este arduo tema de reflexión: "¿Tiene el regalado derecho a opinar?". (Sobre todo cuando le toca pagar el regalo).
(Dedicado a mi amigo Francis, corresponsal de este blog en el País Vasco. Él me ha proporcionado la noticia).
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