Releer hoy Parábola de Stan Lee y Moebius tiene algo de masoquista. Es una de esas lecturas que, en su día, ya parecían rancias y que hoy, veinte años después, llegan ya como casi momificadas, pura mojama argumental si se quiere. Pero, curiosamente, siguen manteniendo intactos los puntos de interés que entonces todavía podían salvar el esfuerzo de su lectura.
Vayamos por partes, pequeña introducción histórica: Parábola es un proyecto de finales de los 80 que ya entonces nacía antiguo, retomando aquella tradición de los megacrossovers entre majors de los 70 (¿recuerdan ustedes el Batman contra Hulk o el Spiderman conta Superman?) actualizada mirando a lo que venía desde Europa. Una especie de unión del cómic-book americano más mainstream con la ‘qualité’ que se importaba desde Europa para la revista Heavy Metal, simbolizada en la colaboración de sus dos referentes más importantes: Stan Lee y Moebius.
Hasta ahí, nada que decir. Operación de mercadotecnia acompañada de declaraciones mutuas en las que el guionista y editor loaba las maravillas del dibujante y éste a su vez expresaba su interés y ganas de trabajar para la gran industria americana. Pues perfecto.
El problema es que, además, tenían que hacer un tebeo. Para la ocasión, Lee pensó -nada erróneamente, todo sea dicho- que había que aprovechar las ínfulas metafísicas en las que el francés se hallaba flotando (recordemos que venía de terminar la saga del Incal con Jodorowsky, una obra cuyos últimos álbumes dan buena cuenta del nivel de “flotabilidad” espiritual al que habían llegado guionista y dibujante) para sacarle todo el jugo a su colaboración. Tomó a su personaje más dado a la trascendencia, Estela Plateada (yo, me perdonarán el uso de la traducción, pero es que cuando pienso en lo del Surfista de Plata y los mamotretos existenciales, me da la risa) y a su personaje más totémico, Galactus, para desarrollar un concepto que ya era obvio en su debut sesentero en Los 4 fantásticos, pero que sonaba exageradamente atrevido para una sociedad americana que ni siquiera había estrenado minifalda: Galactus es El Dios del Universo Marvel. El Dios, con mayúscula, no me equivoco, que una cosa es el amplio panteón mitológico de ese universo y otro es la recreación clara y evidente del dios de las religiones monoteístas, con sacrificio de su enviado/hijo/heraldo incluido para salvar la humanidad. Y planteó una historia, a priori, acertada: ¿qué pasaría si de repente se apareciera Dios/Galactus por la tierra? La cuestión no es nueva, es obvio, ni en el cómic (que se lo digan a Marc Antonie Mathieu y su Dios en persona, por ejemplo) ni en otras artes (tema recurrente de la ciencia-ficción, todo sea dicho), pero siempre puede dar lugar a interesantes reflexiones y preguntas abiertas sobre el espinoso tema de la trascendencia y la religiosidad. De hecho, hasta las líneas que esboza Lee son atractivas: auge de los fanatismos, control de las masas por los líderes religiosos renacidos desde la telepredicación, la suposición de la desaparición de la moral cuando desaparece la religión o la necesidad del mal común como elemento de unión de la humanidad (uy, me suena a algo…). El problema es que el editor estrella lo desarrolla con una simpleza tan torpe que sonroja: diálogos que fundamentan su supuesta trascendencia en una pomposidad tan recargada como ridícula, situaciones que de tan estrambóticas pasan a ser risibles… Todo lo que podía ser de interés se desinfla por momentos en este ambicioso globo que el guionista no puede abarcar (no sé por qué, releyendo el tebeo me ha venido a la memoria la muy estimable Renacer de Bigas Luna, una contundente reflexión sobre las sectas y los fanatismos). Es verdad que los diálogos de esta obra no son muy diferentes a los que se pueden encontrar en los 4 Fantásticos veinte años antes, pero no es menos cierto que los contextos cambian y pesan: aunque no parece lógico atender sólo al paso del tiempo (a fin de cuentas en los años 60 –y antes- ya existían tebeos con un discurso mucho más adulto en Francia o, por poner un ejemplo más claro y evidente, con las obras maestras de H.G. Oesterheld), es evidente que no es lo mismo un tebeo dedicado a un lector adolescente americano de principios de los años 60 que un lector adulto de los años 90 y, mucho menos, del actual siglo XXI. Hoy, cuando leo aquellos tebeos de la llegada de Galactus no puedo evitar sonreír con la ingenua rimbombancia de los diálogos que Lee creaba para los épicos dibujos de Kirby, pero se perdonan pensando en ese sentido de la maravilla que sentiría el chaval de 14 años de 1968 cuando veía por primera vez algo parecido un drama épico de dimensiones galácticas. Si no se tiene en cuenta esa situación, esa sonrisa condescendiente se trastoca en gesto de burla, como casi le pasa a esta Parábola.
Y digo casi, porque hay algo en todo esto que salva la lectura y tiene nombre propio: Moebius. El ser humano siempre ha tenido malsana curiosidad por ver a un pez fuera del agua y comprobar si el genio galo era capaz de defenderse en las bravas aguas del mainstream americano no puede ser más morboso.
Y, desde luego, lo consigue. No se puede decir, desde luego, que sea su mejor obra, pero resulta muy, muy interesante ver cómo dos formas antitéticas de entender la creación pueden llegar a lugares comunes y, sobre todo, como un autor como Moebius es capaz de plegarse a las necesidades industriales sin perder su personalidad. Con un dibujo mucho más ligero al que entonces nos tenía acostumbrados y con una mezcla de soluciones narrativas que las hace simultáneamente tan poco comunes en el comic-book americano como en el estilo de Giraud, como bien explica el dibujante en la conclusión de su texto (que, inexplicablemente, no aparece en la edición de Panini). No sólo eso, sino que el dibujante reconoce abiertamente el reto que supone para él trabajar con los fuertes condicionantes industriales del comic book (hace especial referencia a la limitada paleta de colores de la época, por ejemplo). El resultado es, desde luego, muy sugerente: tanto para el aficionado al comic-book como para el lector habitual de comic europeo, la versión Marvel de Moebius es un extraño pero atractivo punto de encuentro en el que perder un buen rato. Evidentemente, con la lujosa y cuidada reproducción de la nueva edición que pone Panini en las librerías perdemos el color original y el papel de pulpa que quería expresamente Moebius (de hecho, el dibujante optó por la edición en formato de comic-book americano y no por el de álbum europeo que Marvel estaba dispuesta a realizar), pero el nuevo recoloreado es bastante fiel al de la versión de Chiarello y Wellington, permitiendo recuperar una experiencia cercana a la original que olvida definitivamente los espantosos delirios cromáticos de la versión de 2001.
Al final, y pese a lo indigesto del argumento, uno puede disfrutar de este curioso crossover continental a modo de pintoresca curiosidad.
PD: Es una lástima que la excelente edición de Panini deje fuera el último apartado del texto final de Moebius, posiblemente el más interesante en su análisis de la experiencia. Lo dejo aquí por si alguien quiere leerlo (sacado de la edición de Planeta de 1989):
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