Revista Cultura y Ocio
Yo tuve por profesor a Miguel Ángel Santos Guerra hace muchos años en Tui allá por 1973-74, cuando era profesor de filosofía en el instituto de esa localidad pontevedresa. Después, por circunstancias de la vida, perdí su pista. Su influencia, aunque él posiblemente no lo sepa, fue grande para muchos de los que convivimos con él, de alguna manera le hemos tenido presente en numerosas ocasiones. Recuerdo incluso haberme acercado hasta su casa con un compañero con ánimo de visitarlo cuando era director de un colegio en Madrid (en los años 81-82, creo recordar). Yo había aprobado las oposiciones a maestro en el 80 y, junto con otro de sus antiguos alumnos que conocía su dirección, nos presentamos en su casa; pero no había nadie. Desde entonces no había vuelto a tener noticias suyas hasta que un día encontré en la web "La fábula del pato". Se trataba de un muy ilustrativo cuento sobre el valor de la la diversidad en la escuela. Lo leí con interés y me pareció muy original y acertada la forma en que acercaba el tema a quienes son profanos en materia de educación. Después encontré otros textos que fui recopilando: "Carta a una señora de la limpieza", "Carta a un conserje"...
Me gustaron aquellas parábolas que, al bíblico modo, acercaban los conceptos educativos a los no iniciados.
Hoy, Miguel Ángel, toca un tema que se presta a la parábola. Es verano y desde mi jubilación dedico un rato diario a mi pequeño jardín. Casi inmediatamente surgió en mi cabeza la metáfora del jardinero. La escribo a vuela pluma y admito que es un ejemplo trillado y nada original. Pero viene al caso.
" La parábola del jardinero"
El jardinero siembra, esperanzado, una de sus semillas más prometedoras. Piensa entonces que adquirirá las formas y colores imaginados; pero la verdad es que ella crecerá como le de la gana.
El buen jardinero espera, porque sabe que la planta está sana y conoce la evolución de las de su especie, que crezca de una manera armónica a su naturaleza. Y lo normal es que así sea; pero se equivocará si pretende convertirla en lo que no es. Lastimará su destino si alambra su tronco, poda excesivamente sus ramas y reduce la maceta a un mínimo cuenco donde las raíces se oprimirán en mínimos espacios. Si pretendía mantenerla en su etapa infantil se encontrará finalmente con un delicado bonsai, pero ese no era el destino de su planta.
Para que su planta alcance su plenitud debe darle los cuidados necesarios, que serán los justos: el sol y la sombra adecuada, el abono conveniente, el agua necesaria... todo ello ni más ni menos de lo preciso. Y, de esta manera, la mayoría de nuestras semillas germinarán y crecerán hermosas.
Pero en su crecimiento pueden aparecer circunstancias que alteren su desarrollo. A veces ocurre que nuestra semilla está enferma, es defectuosa, sufrió daños durante su almacenamiento o al ser plantada. Entonces nacerá una planta singular que también puede ser portadora de singular belleza aunque sea más pequeña, con menos flores o de formas menos espectaculares; pero seguramente merecerá la pena y, cuando la mires, encontrarás una cualidad especial y te admirarás de su valor de supervivencia.
Otras veces tendrá que vivir en un jardín tan denso, tan competitivo entre pares, que quizá no pueda desplegar completamente su ramaje, o sus raíces tengan que pelear contra las otras por los escasos nutrientes. En este jardín tan selectivo quizá no sobrevivirá o puede que lo haga afectada de un raquitismo que la convertirá en un vegetal mustio y frágil.
En toda ocasión el jardinero tendrá, además, que estar atento a las enfermedades y plagas que pueden afectarla. Son situaciones que, si no son curadas a tiempo y con determinación, pueden dar al traste con un ejemplar perfecto. A veces incluso precisarán de amputaciones y tratamientos lastimosos pudiendo llegar a ser radicales en algunos casos.
Con el paso del tiempo, el jardinero observa satisfecho como su planta crece, como toma completamente el mando de su destino. Sus raíces están bien asentadas, su ramaje es fecundo. Con su aparato radical, bien profundo, es capaz ya de conseguir agua por sí misma. Está bien protegida por su resistente corteza. Demuestra ya su fortaleza contra las enfermedades. Despliega su arborescencia de forma espectacular y una explosión de brotes, flores y frutos ilumina sucesivamente las estaciones de su vida.
El jardinero disfruta de la planta que él ayudó a crecer. Y ella le corresponde generosa con su sombra y comparte sus frutos. "