Kloriamel Yépez Oliveros.
Burgués es aquel que compra la fuerza de trabajo de otros, y con la plusvalía derivada incrementa sin límitesengorda sus muebles, inmuebles, y cuentas bancarias.. Capital es el macro excedente usurario que genera la confiscación plusválica del trabajo ajeno. Así de elemental es el bula riqueza burgués, todo lo demás es adorno, bisutería sociológica, sofisma teórico, tierrita en los ojos, publicidad: que si la música académica, Abreu, Dudamel, la Escala de Milán, Monserrat Caballé; que si los vinos franceses, el caviar, la langosta; que si Proust, Mallarmé, Sade; que si Venecia, Montecarlo, la Mustela lutreola en extinción. No requiere el burgués profundidades intelectuales, un manojito de lugares comunes repetidos de la imprenta pa’cá, es más que suficiente para pasar por rico inteligente. Todos sabemos, con los pelos de Capri y Maricori en las manos, que el dinero suple lo que el ADN niega y los libros no malversan.
El pedigrí burgués lo certifican los dólares habidos, sin importar los orígenes del burgués, ni de los dólares. La posmodernidad ha simplificado al máximo los trámites para acumular capital individual, el secreto bancario garantiza el blanqueo monetario, la guerra mundial continuada destruye para invertir reconstruyendo, el FMI atesora nuestro pan de hoy para causarnos el hambre de mañana y endeudarnos con nuestro propio dinero. Pero el más caudaloso manantial monetario para las burguesías de toda calaña, es la narcoindustria y su dinamismo mercantil, coordinado militarmente por El Pentágono, y políticamente por la banca sionista transnacional.
Toda narcoactividad, a partir del consumo, es una inversión rentable, sustentable, sostenible, garantizada por el neoliberalismo y la Drug Enforcement Administration, de allí que la solariega burguesía suramericana delegue en las generaciones de relevo -Uribe Vélez es el mejor ejemplo-, la gerencia narcoempresarial boyante desde mediado el siglo pasado, intencionalmente desapercibida desde entonces, por todas las autoridades civiles y eclesiásticas, mundiales, y todos los medios de difusión masiva, planetarios.
La burguesía clásica suramericana, particularmente en Colombia y México, vio mortalmente amenazado su arcaico poder político, ante la agresividad capitalista de la nueva burguesía estructurada en carteles y tomó dos atajos de sobrevivencia: medio destruyó los carteles y se les medio unió, con lo cual la burguesía suramericana actual, sincretiza, obviando linajes e hidalguías, los intereses genéricos de clase, y los específicos de la narcoburguesía, para ello confluyó su modus operandi, su moral jurídica, en una fuerza represiva paralela al estado de derecho liberal; un ejército mercenario para reprimir al proletariado, la única clase social históricamente apta para insurreccionársele a la burguesía, y a sus perros de la guerra, regulares e irregulares, legales o mercenarios.
Los paracos son a Suramérica, lo que los contratistas al Mundo; expresión del odio atávico de los ricos contra los pobres, fuerzas asesinas al servicio de la contrarrevolución planetaria, cancerberos del lucro imperial norteamericano.
El paramilitarismo, pues, es la continuación por otros medios, de la violencia política burguesa contra el pueblo. El paramilitarismo expresa, además, la lucha de clases intestina entre viejas y nuevas burguesías nacionales; entre el esclavista con ábaco y levita, y el esclavista con tablet y Boss. El paramilitarismo, creado a la sombra de la legalidad burguesa, sólo puede ser confrontado y derrotado por la insurgencia armada popular, porque lo que es igual no es trampa, y porque para ganar la guerra, el primer paso es igualar las condiciones. Ni Hussein, ni Kadafy, organizaron la contrainsurgencia popular contra el paramilitarismo entrenado por el Mossad y apoyado por los contratistas invasores. Al pueblo iraquí y al pueblo libio, los siguen masacrando en este mismo instante.
México sufre una guerra de carteles, sin cuartel, sin principio ni fin, sin aparentes razones, ante la vista gorda de una de las policías más sanguinaria e inescrupulosa de por estos lares. Es que los mejicanos son así -reza la conseja mediática a partir de la invasión española-, borrachos, sinvergüenzas, flojos, hijos de la chingada; hasta Carlos Fuentes puso al servicio de la narcoburguesía mejicana, su genial erudición, su inigualable manera de narrar los sueños y las pesadillas. Ni Carlos Fuentes escapó a la conseja imperial de que todo mechica es un hijo de La Malinche, y por eso es que se matan entre ellos sin ton ni son, porque ¿lucha de clases?, ni pendiente, eso es de antes que cayera el Muro de Berlín, bajo el peso del Muro de Street.
A Estados Unidos le faltan hidrocarburos y le sobran artilugios bélicos, el petróleo no sólo es energía, también es el precursor de los precursores para mutar la coca alimenticia en estupefaciente, en antídoto contra la dignidad, en escudo contra la conciencia de clase, en detonante de esquizofrenias genocidas. Para matar hermanos de clase y raza humana, para asolar pueblos, para asesinar niños palestinos o niñas caraqueñas, no basta ser hijo de puta, también se ha de tener el odio emponzoñado en cocaína.
Los paracos están aquí aunque no son bienvenidos, la plaga, si no se extermina, se convierte en pandemia, la droga y sus consecuencias no son asunto de moral ni religión, es otro aspecto político de la guerra que la clase dominante, al dividir el trabajo en manual e intelectual, le declaró a los pobres. Los paracos están cumpliendo, y bien, su mandado de terror, la violencia urbana destacada por los medios de difusión, el índice de homicidios por “venganza”, “ajuste de cuentas”, “resistencia al atraco”, “motivos pasionales”, y esta alerta de Federico Ruiz Tirado, lo confirman:
La película paramilitar en Venezuela
Federico Ruiz Tirado
La captura de dos grupos paramilitares, uno en Táchira perteneciente a Los Rastrojos y otro en Portuguesa, vinculada al veterano paramilitar Chepe Barrera, vuelve a confirmar la vía armada a la desestabilización del país. Rodríguez Torres anunció que se encuentran tras otro grupo que llegó recién a Caracas. A ambos se le incautaron fusiles de asalto y demás armas de guerra.
El dato curioso es la participación de varias formaciones en una misma acción. ¿Por qué razón trabajarían en llave agrupaciones paracas que operan en regiones distintas y distantes del territorio colombiano? Los Rastrojos operan fundamentalmente en el Pacífico Colombiano y en Antioquia, mientras que la banda del “Chepe Barrera” (veterano dirigente paramilitar) se le conoce por operar en las zonas ganaderas del Sur de Magdalena.
La presencia de Los Rastrojos en Venezuela ha sido confirmada varias veces. El año pasado fueron capturados “Diego Rastrojo” (Diego Pérez Henao) en junio y en septiembre “El Loco Barrera” (Daniel Barrera Barrera) en el Táchira. El Loco Barrera era el narcotraficante más buscado en Colombia. Incluso, si retrocedemos hasta el 2008, encontramos que es asesinado en Mérida (Venezuela) Wilber Varela, alias “Jabón”, uno de los narcotraficantes en la lista de los 10 más buscados por Estados Unidos y uno de los principales financistas de Los Rastrojos.
Junto a alias “Comba” (Luis Enrique Calle Serna), conforman la cúpula de la banda narcoparaca. ¿Cómo logran figuras tan connotadas del paramilitarismo colombiano para encontrar apoyo de todo orden en Venezuela al punto de venir a esconderse para acá? No es que estos personajes cayeran del cielo, tratándose de los narcotraficantes y dirigentes paracos más buscados en Colombia.
El 14 de este mes, el Sebín capturó, bosque adentro, en Maporita (Barinas) a cinco paramilitares con ropa militar, pasamontañas, armamento y panfletos desestabilizadores.
¿Quién ofrece la ayudaíta?