Estos días en Frankfurt tiene lugar la feria del libro más importante
del mundo, con todo el respeto que se merece la feria del libro de
Londres y, cómo no, la de Guadalajara.
Autores, agentes y editores se dan cita en la ciudad alemana para, entre
otras cosas, negociar derechos de autor. Sin estar en la feria, y sin
realmente saber qué está triunfando este año, sí puedo afirmar que,
mientras la mayoría de editores españoles atienden el certamen casi
exclusivamente para adquirir derechos, un gran número de editores de
todo el mundo interpretan la feria como una gran oportunidad para
intentar vender los derechos de sus autores a idiomas extranjeros, sobre
todo a los editores españoles, siempre los mejores clientes.
En un país con una deficitaria autoestima, los editores españoles
generalmente prefieren apostar por libros que han triunfado en otros
mercados, a dedicar el esfuerzo y el sacrificio que implica buscar
talentos en España, potenciarlos en nuestro mercado, y luego convencer a
los editores de todo el mundo que compren (y paguen mucho dinero) por
el derecho a editar estos libros en sus idiomas respectivos.
Ciertamente, existen excepciones, los Zafones y Dueñas que todos los
editores del mundo también editan (hay más, claro está). Sin embargo, el
paradigma está servido, ya que el número de libros que se traducen del
sueco al español y viceversa no es proporcional al número de personas en
el mundo que hablan cada uno de estos idiomas.
Este paradigma es conocido por todos, pero esta semana me ha llegado al
fondo de mi corazón y me he preguntado a mí mismo cómo los autores de
este país aguantan unos editores tan propensos a ignorarlos.
Ayer, para mi sorpresa, leí una entrevista en un reputado periódico de
Barcelona a una autora alemana (afincada en Barcelona desde hace nueve
años) que ha escrito una novela negra para descubrirnos la parte oscura
de nuestra ciudad. La había escrito en alemán y ahora está editada en
castellano y catalán.
Me pregunto cómo deben sentirse las decenas de autores de novela negra
que han vivido toda su vida en Barcelona y han escrito maravillosas
novelas sobre esta ciudad, pero cuyas obras pasan desapercibidas por el
simple hecho de llamarse Luis o Carlos y no Hank o Âssa.
No me cansaré de decirlo hasta que cuaje entre los lectores de este
país. No hace falta tener nombres y apellidos impronunciables para
escribir bien, armar buenas tramas, emocionar a los lectores y triunfar
en todo el mundo. Pero primero, hay que triunfar en casa.
* Gregori Dolz, editor de Alrevés