Revista Cultura y Ocio
José Lezama Lima
Hay actos heroicos que pasan factura y otros que no. Me atraen los irrelevantes, los que no calan, ni dejan huella, todas esas empresas que parecen imposibles y luego resultan asequibles. Tras el despliegue militar, después de haberlas acometido, regresas a casa con la salud intacta, sin heridas, como si no hubieses emprendido batalla alguna. En literatura, mi rubicón es el Ulises de Joyce. Hubo un verano en el que me propuse acabarlo. En otros (Joyce es cosa de veranos) lo empecé con ardor libresco y terminé arrumbándolo, echando mano de lecturas más ligeras, menos trascendentes tal vez. No tengo respeto por los clásicos. Los rechazo si me aburren. Ha habido varios. Me cansa (me produce hartazgo verdadero) la obra mayor de Joyce. Pongamos que Finnegans Wake corre la misma triste suerte, la de decirme poco o no decirme nada. Insisto en que lo he intentado, me he pertrechado de valor, he buscado los días idóneos (siempre los hay, es cosa de dejar unas cosas y afrontar otras) y me he sentado con la mejor de las disposiciones, con la experiencia de haber leído mucho (siempre es poco, no se lee nunca mucho) y la de haber franqueado otras cumbres de riesgo en apariencia (Proust; Azorín; el tocho de la Regenta de Clarín; el Solenoide de Cartarescu, que me ha costado una barbaridad pero que acabé hace unos días y me ha absorbido, levitando en trozos a veces) que luego no fueron tan intimidantes y se sobrellevan bien o incluso muy bien. Pero Joyce no entra en esa lista. No le invitaré por más que el canon lo prescriba. Me satura, me aturde, pero sobre todo (he ahí el matiz disuasorio) me deja indiferente, no encuentro con qué armar la paciencia y proseguir, sin decaer, permitiendo que avance la trama (la trama que no percibo, por cierto) y que los personajes me engolosinen (personajes que no me afectan, no conversan conmigo, no son nada que me pertenezca). Me parecen obras notables (las que pasan a la historia, las clásicas) Dublineses, de la que John Huston hizo una de las mejores películas que yo he visto (Los muertos) y Retrato de un artista adolescente, que fue la primera que leí y a la que volví (con dispar atracción) no hace mucho. Dejé al estudiante Dedalus y a la pareja Bloom hace bastantes años en una balda alta, junto con otros libros a los que acudo poco o tienen todas las papeletas que no volveré a acudir. Me dijo en cierto ocasión un amigo que había que leerlo en inglés y que así era más recomendable. No da mi inglés para ahondar ahí; tampoco el suyo, imagino, pero quedan bien ciertas aseveraciones, se dan por incomprobables y quedan en el aire, como hitos de la conversación. "Yo he leído el Ulises en inglés". Mi Joyce escalado es Lezama Lima, el gordo, el místico, el barroco, el excesivo novelista cubano al que entré mal y del que más tarde (con voluntad firme y con los ojos y el alma muy abiertas) he salido estupendamente. Cuánto placer en sus páginas, en las difíciles y en las asequibles, en lo que avanza con morosidad, con párrafos que pueden desgastar esa paciencia, pero que luego compensan y piensa uno en ellos, en su mezcla de géneros, en su precioso hilvanar palabras. Importa poco recordar de qué trata, si el poeta Cemí (de eso sí que me acuerdo) logró encontrar la felicidad o siguió deambulando por ahí, buscando un cuerpo o un verso, ya no se sabe bien qué.