Cientos de millares de familias españolas podrían narrar historias tan escalofriantes como la de María Martín, de 81 años, que recordaba esta semana ante el Tribunal Supremo el día de 1936, tenía seis años, en el que unos falangistas mataron a su madre en una cuneta cerca de Arenas de San Pedro, Ávila.
La anciana, que llegó con un andador, enlutada, encorvada y afónica de dolor, evocó ante el Tribunal aquél asesinato para apoyar al juez Baltasar Garzón, acusado de prevaricación por investigar los crímenes del franquismo, ignorando la amnistía de 1977.
Una causa contra Garzón instruida, primera paradoja, por el magistrado progresista Luciano Varela, uno de los fundadores de Jueces para la Democracia.
Hay millares y millares de historias de falangistas y de milicianos asesinos, y para olvidarlas la izquierda pedía tras la muerte de Franco “¡Amnistía y Libertad!”, hasta que un año antes de la Constitución se aprobó es perdón general para que se olvidara el pasado, y que lo investigaran sólo los historiadores.
La segunda paradoja es, precisamente, que entre los testigos de Garzón estuviera la señora Martín, habitante de un pueblo del que era jefe de Falange el padre del exministro de justicia socialista, amigo y compañero de caza mayor del juez, Mariano Bermejo.
Haciéndose pasar por víctima del franquismo, Bermejo dijo un día en el Parlamento, dirigiéndose a los políticos del PP, “¡Qué paradoja que hayamos tenido que luchar contra los padres de estos fascistas, y que ahora debamos hacerlo contra los hijos!”.
Seguramente en el PSOE actual hay más hijos de jefes y alcaldes falangistas, como Bermejo, que en el PP.
Lo que es otra paradoja, porque los reproches antifranquistas vienen de descendientes de franquistas, fingidas víctimas del franquismo, que vivieron opíparamente en familias amamantadas por ese franquismo, y que estudiaron becados y protegidos en colegios y residencias especiales del franquismo.
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SALAS