Revista Cultura y Ocio
Ahora que la asignatura de Educación para la ciudadanía vuelve a los titulares de prensa, con toda la carga ideológica que esto conlleva (la sempiterna historia de buenos y de malos, o la versión descafeinada de las dos España de Machado), me viene a la memoria una pequeña historia que he tenido ocasión de estudiar en mi investigación sobre la enseñanza de la literatura latina en la España del siglo XIX. ¿Os imagináis que el manual de Educación para la ciudadanía más vendido en España hubiera sido escrito por un sacerdote de ideología conservadora que, para colmo, no creyera en la legitimidad de la asignatura? Pues esto ocurrió en la España del siglo XIX con la enseñanza de la literatura latina. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Las disciplinas de carácter histórico entraron en el panorama educativo español tras la muerte de Fernando VII. Pensad que, gracias a la Historia o al cambio de un estado de cosas, el tercer estado, llamado quizá impropiamente burguesía, había logrado el protagonismo político al que venía aspirando. Es normal que las personas poderosas que se identificaban con el antiguo régimen no quisieran saber nada de la Histoira, y mucho menos de su enseñanza, que marcaba ya un sesgo decididamente liberal a la educación. Por ello, no es tan inocente cuando vemos cómo durante el decenio de los años 40 del siglo XIX políticos como Gil de Zárate legitiman las enseñanzas históricas. La litertura latina, o la española, herederas de las historias literarias del siglo XVIII, más el componente romántico de convertirse en literaturas nacionales, entraron en la escena educativa como alternativa a los intemporales estudios de poética y retórica. Así pues, profesores liberales que se identificaban plenamente con el nuevo estado de cosas de la etapa isabelina tuvieron a bien crear manuales y programas de curso que ayudasen a la realización de los nuevos principios de la flamante enseñanza pública. Alfredo Adolfo Camús fue uno de los más importantes compiladores de manuales y programas. Lo más curioso de todo esto es que el presbítero Jacinto Díaz y Sicart (1809-1885), nacido en Vallfogona de Riucorb (Segarra) y personaje de un ideología marcadamente reaccionaria con respecto al nuevo estado de cosas, fue el autor de mayor éxito editorial a la hora de publicar manuales de literatura latina en España. Estudió gramática latina y retórica en la localidad de Igualada. Después, a partir de 1822, cursó filosofía y derecho en Cervera, donde logra el titulo de bachiller en leyes (1829), así como doctor en cánones tres años más tarde. En Cervera fue profesor desde 1832 a 1835. Entre 1835 y 1839 vivió en Italia como preceptor de dos nietos de su antiguo protector, Llàtzer de Dou. Después pasó a desempeñar la cátedra de retórica en el seminario de Vic. En 1847 pasó a ocupar la cátedra de literatura latina en la Universidad de Barcelona. Precisamente en esta ciudad fue nombrado miembro de la Academia de Buenas Letras en 1852. Se trasladó después a la Universidad de Sevilla, pero logra regresar a Barcelona en 1867, al conseguir la cátedra de historia de la literatura griega y latina. En 1879 sucedió al helenista Bergnes de las Casas como decano de la facultad de letras y tuvo entre sus alumnos a Marcelino Menéndez Pelayo. Se jubiló en 1885, y pasó la última etapa de su vida en el Monasterio de Montserrat como postulante. Pues este es el autor que más manuales de literatura latina publicó en la España liberal. Su primer manual apareció en 1848, y siguió publicándose, con modificaciones que en nada afectaban ni a la estructura ni a su planteamiento, hasta 1879. Este autor siempre creyó que la enseñanza de los tiempos de Fernando VII había sido mejor que la de los nuevos tiempos liberales. Recuerdo a los pacientes lectores que hayan llegado hasta aquí leyéndome que el rey absolutista había mandado promulgar un ley de educación, conocida como el Plan Calomarde, que estaba dirigido a los súbditos del reino. La nueva educación liberal ya no hablaba de súbditos, sino de ciudadanos, pero éstos, en opinión de Jacinto Díaz, eran ahora mucho más ignorantes (la consagración de los "asnos eruditos" de los que nos habla Forner en el siglo XVIII) y la literatura latina, que poco a poco fue alejándose del conocimiento de la lengua latina, no era más que una materia para parleros de diario. En fin, qué pocas cosas importantes cambian en nuestro comportamiento social y humano. FRANCISCO GARCÍA JURADO