Exterior del parador
Llevaba meses queriendo publicar esta entrada, porque estuvimos en el parador de Lorca a finales del año pasado, justo para pasar allí la Nochebuena; habíamos encontrado una promoción bastante buena que incluía alojamiento y desayuno, además de la cena del día 24 de diciembre, así que no lo dudamos y decidimos irnos allí a pasar una Navidad algo diferente. Además yo había pasado por Lorca unas cuantas veces pero no conocía la ciudad en la que nació mi abuelo, con lo cual nos pareció la ocasión perfecta de conocerla por fin.El parador se encuentra en el punto más alto de la ciudad, en su castillo, así que sobra decir que las vistas desde allí sobre toda la ciudad son simplemente espectaculares. Eso sí, si sois de los que os mareáis en el coche, advierto que la subida hasta allí por esa carretera no son muy aptas para mareos. Una vez arriba, sólo tenemos que franquear la barrera que hay en la entrada y soltar el coche; para descargar el equipaje te dejan aparcarlo durante unos minutos en el espacio que hay junto a la entrada principal, y después ya debes dirigirte a la zona de aparcamiento, que está en la parte trasera del edificio.
En recepción comprobaron los datos de nuestra reserva, nos indicaron cuáles eran nuestras habitaciones y nos dieron las llaves, así que sólo tuvimos que dirigirnos a ellas para descargar nuestro equipaje y acomodarnos. Éramos cuatro personas y habíamos reservado dos habitaciones dobles, las dos exactamente iguales como suele ser habitual en los paradores (a veces varían en cosas pequeñas pero por lo general las del mismo tipo suelen ser muy parecidas). Al entrar, a la izquierda teníamos un armario bastante grande con cajonera, varias baldas, ropa de cama y almohadas de repuesto, perchas y caja fuerte; y enfrente, es decir al entrar a la derecha, el cuarto de baño, también bastante grande, con una encimera de dos lavabos, bañera, el espacio del inodoro y el bidé separado del resto por una puerta de cristal, y como siempre una bandeja con gel y champú, loción hidratante, acondicionador para el pelo, jabón, etc., además de dos juegos completos de toallas.
A continuación del armario teníamos un escritorio con la televisión, el mueble bar debajo, una silla y al lado, en un rincón de la habitación, una especie de saloncito con una mesa de centro y dos sillones muy cómodos; encima de la mesa nos habían dejado un par de bastones de caramelo, de esos que tienen rayas rojas y blancas, con un cartel en el que nos deseaban felices fiestas. Por último, el resto del espacio lo ocupaba la habitación propiamente dicha, con dos camas enormes casi juntas, una mesilla de noche a cada lado, la ropa de cama blanquísima y un ventanal muy grande que daba a la entrada principal; y las camas comodísimas, por cierto. La decoración era muy sencilla, con la ropa de cama como he dicho, blanca, y algún toque de color en los cojines encima de las camas y en la pared del cabecero, que estaba pintada de un tono verde claro. En contraste, todos los muebles eran de madera oscura.
Como siempre en los paradores, el aparcamiento está incluido en la tarifa, así que se puede aparcar dentro del edificio sin ningún problema; por aquella zona además no hay muchas más posibilidades, porque el castillo se encuentra bastante alejado del centro de la ciudad. No es que esté a mucha distancia pero la subida sí es muy pronunciada, por lo que lo más práctico es subir y bajar en coche. La conexión wifi también es gratuita, y además la señal llegaba bastante bien a las habitaciones; aunque la usamos poco, fue lo suficiente para comprobar que funcionaba bien. Al ser miembros del programa "Amigos de paradores", pudimos disfrutar de una consumición en la cafetería del parador; y como estaba incluido en nuestra tarifa, también disfrutamos de la cena de Nochebuena, que fue simplemente espectacular; además Encarnación, la persona que nos estuvo atendiendo y sirviéndonos la cena, fue encantadora. Y a la mañana siguiente, para rematar, terminamos el disfrute con el desayuno, que como siempre en los paradores es una maravilla; como es habitual, es de tipo buffet libre y un montón de cosas para elegir, desde zumo de naranja a varios tipos de bollería y de pan, embutido, huevos, fruta, yogures, cereales, café y leche, y como siempre una selección de productos típicos de la zona.
En este caso no tuvimos circuito de spa como cuando nos alojamos en el parador de La Granja, pero sí pudimos pasar un rato por la tarde en la piscina, que tiene toda una pared acristalada y desde la que hay unas vistas preciosas de toda la ciudad y, justo debajo de nosotros, de los restos arqueológicos que se encuentran en el subsuelo del castillo. En cuanto al precio de la estancia, ya sabemos que hay muchas opciones de páginas en las que poder cacharrear para localizar diferentes opciones, aunque en el caso de los paradores yo siempre suelo mirar en su propia web, ya que al ser miembros del programa Amigos de Paradores se suelen encontrar ofertas bastante interesantes. Por último, si a alguien le apetece explorar el entorno del castillo, hay visitas organizadas en las que se puede ver una sinagoga del siglo X, un aljibe, restos de muralla y la alcazaba del castillo, llamada fortaleza del sol.
Como siempre digo, la experiencia de alojarse en un parador sin duda suele merecer la pena porque por lo general son edificios con historia, hasta ahora siempre me he encontrado con personal muy amable, las habitaciones son muy acogedoras y cosa rara en mí, suelo dormir siempre muy bien, y desde luego sólo por esos desayunos ya amortizas la estancia porque son una maravilla. Así que por ahora yo sigo con mi objetivo de ir probando todos los paradores de la red, que son unos cuantos y me temo que la tarea me llevará un buen rato...