Revista Coaching
Decía hace muchos años un autor llamado Christopher Lasch que en la actualidad andamos todos con un yo mínimo, un minimal self, como lo denominó en inglés. Este autor pretendía usar este concepto, para reflejar el estado de terror emocional que vivimos a la hora de abrirlos a los demás.
La complejidad del presente nos ha puesto una coraza, una protección para evitar que nos perdamos en un momento de escape, de abandono de las referencias que hasta hace poco guiaban nuestra sociedad. Huelga decir que las armaduras van por fuera, y que dicha coraza nos vuelve un poco cangrejos que no se enteran de que lo están cocinando.Es como que para no sufrir, renunciásemos a sentir.La contrapartida de esto, es que si esquivamos el sufrimiento, también sorteamos el disfrutar, esto es, el experimentar la espontaneidad de enfrentarnos al otro/a desconocido/a por un lado, y por otro, delata que entendemos que las emociones suelen venir parejas y por el mismo canal raro, que parece emerger desde dentro de nosotros/as.
Tenemos miedo a que nos hagan daño, que toquen nuestra cotidianeidad por el punto más débil, y por ello, obedientes, renunciamos al torrente de indeterminación, de incertidumbre, de desconocido que nos puede ofrecer alguien que cae en nuestras vidas, o como diría nuestras abuelas, alguien que encuentras por la calle.Es como que se establece un acuerdo tácito y silencioso, un contrato social en torno al no sentir más de la cuenta y a no implicarse, incluso con aquel con el que compartes cama, meses e incluso años.Cualquier cosa que pueda estropear la vidacotidiana sagrada de la otra persona, ya sea un amigo, compañero de trabajo o de vida, un cliente asiduo, o la persona que nos ofrece la comida en el súper, corre el riesgo de ser calificada de sobre-reacción. Aprendemos a auto regularnos. Esa coraza que nos defiende de la complejidad, bien determinada por los libros de auto ayuda con la imagen de un caballero con armadura oxidada, solo parece poder caerse a base de lagrimones, para no quedarnos asfixiados en un mini-yo incapaz de escapar de sus propios límites, cosa que en el fondo anhelamos.
Sí, lo deseamos pero no nos atrevernos a asomarnos al tren de las consecuencias de abrirnos al mundo de las emociones. En una sociedad secularizada, sin instinto religioso y con una trascendentalidad accesible, en la que el descubrimiento del mañana nos dará aún más control y felicidad, es como que creemos en el karma, y en que el sentir demasiado fuese malo. Practicamos una austeridad emocional entorno a lo políticamente correcto, en un mundo saturado de impresiones, que nos educan a codificar para edulcorar la vida, y en definitiva poder sobrevivir. Como saben los publicistas y los hacedores de marketing,el talón de Aquiles de la persona actual es, sin duda, su emoción.
Coolhunting of Brutal Honesty