Bien temprano salimos en autobús hacia las Misiones Jesuíticas que se encuentran a tan sólo una hora de trayecto desde Encarnación. Al llegar, nos deja el autobús a unos 700 metros de las ruinas, un poco más allá de Trinidad. Caminamos viendo un decorado con flores y piedras por una bonita calle que señaliza la entrada.
Sacamos los tickets y al pagar el señor de la taquilla nos indica que podemos ver primero un video de las Misiones que tiene 10 minutos de duración explicando una muestra de lo que vamos a ver. Las ruinas aparecen a lo lejos y me parecen enormes.
La Misión de la Santísima Trinidad del Paraná, es un recinto muy bien cuidado y empezamos por visitar las viviendas guaraníes.
Esta misión se fundó en el año 1706 y formaban un conjunto de pueblos misioneros donde llegaron a vivir miles de personas dirigidos por los jesuitas.
Recorremos la Torre, la Iglesia Principal y otra pequeña iglesia. Aún se conservan frisos y ángeles con instrumentos musicales. Nos encontramos solos en este maravilloso recinto. Se trata del más completo pueblo y complejo de los 30 que existieron en aquella época.
La forma en cómo se construyó ladrillo a ladrillo en aquella época con tantos metros de altura y los escasos medios es lo que me tiene alucinada. Es un bello contraste donde se mezclan el azul del cielo, el césped, la tierra y la construcción rojiza de los ladrillos.
Las Misiones Jesuíticas de la Santísima Trinidad de Paraná y Jesús de Tavarangue fueron construidas a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Son parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1993.
Salimos hacia una parada de taxis que hay junto a la carretera para que nos lleve a las Misiones de Tavarangue, que se encuentran a unos 12km de Trinidad. El taxi es el medio que optamos.
El conjunto urbano de Jesús contiene un templo que quedó inacabado, la Plaza Mayor, el colegio junto a la iglesia, casas de protección para huérfanos y viudas. También contaban con una huerta para los sacerdotes y el cementerio, lugar sagrado para el indígena. Aquí los muros tienen arcos de forma morisca.
Las misiones en concreto se construyeron con piedra itaki (piedra blanda o arenisca) que se fueron encontrando en la carretera vecina y con mortero de cal en el cierre de la bóveda.
Por la tarde volviendo a Encarnación, buscamos la costanera, nos relajamos tomando una cerveza junto al Rio Paraná viendo el atardecer.
Nos acordamos de una viajera, Graciela, que vive en Paraná y tiene un precioso velero. La conocimos en Venezuela, concretamente pasando dos días inolvidables en el Parque Nacional de Canaimá y nos planteamos ir a verla algún día, pero por falta de tiempo y al quedar fuera de ruta no ha podido ser.
Estoy segura que en alguna otra ocasión nos volveremos a encontrar en el camino.