Revista Talentos

Paranoias vulgares

Por Majelola @majelola

Largo rato caminando por una zona poco transitada. Rasga el silencio de la acera el acompasado repicar de los tacones, y desde hace quince minutos escucha otros pasos a su espalda, siempre a la misma distancia, sin acercarse más, ni alejarse. Piensa en volver la cabeza, pero si lo hace, su inquietud quedará al descubierto. Si quien avanza tras ella es alguien inofensivo, se burlará secretamente de su preocupación. Si por el contrario hay motivo para desconfiar, un gesto tan patente podría precipitar los acontecimientos. 
Es mejor actuar con cautela, asegurarse. Tiene que ralentizar el paso, o apresurarlo. Sí, mejor eso. ¿Y cambiar de margen? No. No tiene sentido: en el otro lado no hay acera y el sol pica como un escorpión. Sería un acto tan explícito como volver la mirada.
***
Ahora caminaba deprisa, y escuchaba los otros pasos siempre a la misma distancia. Calculó unos diez pasos entre ella y él. ¿Por qué pensaba que era un hombre? ¿Sería distinto si la siguiera una mujer? Dependía de con qué intenciones.
La calle le pareció infinita. De repente se abría en un descampado que separaba la ciudad vieja de la nueva. Como amantes dispersos en ese tramo un viejo árbol, la caseta de una obra abandonada, y el cementerio. Sentía la lengua áspera y el sudor hacía que se le pegase la falda a los muslos. 
Vio que una figura humana se acercaba en dirección contraria desde la ciudad vieja, y liberó el suspiro que reprimía sin ser consciente. La figura se acercó lo bastante para distinguir a un hombre alto vestido con camiseta sin mangas y bermudas vaqueras. Cuando pasó por su lado fingió tener arena en el zapato y se descalzó para vaciarlo. 
Sintió un escalofrío cuando los pasos tras ella se detuvieron. Entonces el hombre de la ciudad vieja cedió el paso con una sonrisa y el perseguidor no tuvo más remedio que adelantarse. Lo vio de perfil, el rostro levemente girado hacia la carretera, velado por unas gafas oscuras y parcialmente oculto por una lacia melena. Le resultó imposible definir su sexo. Sus andares denotaban cierta feminidad, en tanto que las hechuras parecían las de un hombre un tanto escuálido. A medida que lo vio alejarse se fue tranquilizando. Se sonrió incluso, de sus paranoias. 
Dejó que se alejase bastante, por precaución, pese a que ya se sentía mucho mejor. Sonó el celular. Un mensaje irrelevante de alguien irrelevante, pero insistente. Lo guardó sin responder y avanzó despreocupada mirando al frente, donde la supuesta amenaza ya se había perdido de vista. Tenía tanta sed... se tomaría una cerveza helada en el primer bar. 
Rebasó la caseta vacía, y el árbol, cuya breve sombra agradeció. Más tarde dejaba atrás la necrópolis y su coro de chicharras. Entonces volvió a escuchar los pasos a su espalda. Al mismo ritmo y a la misma distancia que antes. Le sobrevino un pánico repentino y en cierta medida, inexplicable. Se detuvo y dio media vuelta, como si alguien todopoderoso e invisible moviera los hilos de su desmadejado cuerpo, y la obligase a mirar aquellas cuencas vacías que la miraban. Aquel ser asexuado pronunció su nombre. Tenía voz de mujer. Notó cómo se aferraba a su brazo y la conducía al cementerio. 
Al atravesar la verja la cegó una brillante luz. Comprendiendo al fin, lloró por todo el tiempo malgastado, y por tantas alegrías despreciadas. Pero ya era demasiado tarde. 
Mariaje López.
Paranoias vulgares

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