Parasyte (Kiseijuū) es un manga publicado entre 1988 y 1995 escrito e ilustrado por Hitoshi Iwaaki, que logró pronto una buena recepción tanto en Japón como en Estados Unidos. La historia explora la invasión de unos parásitos alienígenas que utilizan cuerpos humanos como huéspedes para llevar a cabo la consiguiente destrucción de la Tierra. El protagonista, un adolescente impetuoso, evita por casualidad que uno de estos parásitos complete la invasión de su cuerpo, que acaba quedando como una extremidad adosada a su mano derecha, y se convertirá en su mejor aliado para tratar de salvar a la humanidad. El cómic tuvo, como no podía ser menos, una adaptación en forma de anime que se emitió entre 2014 y 2015, casi al mismo tiempo que se llevaba a cabo la traslación a imagen real en forma de dos películas. Parasyte tiene todos los elementos característicos del manga para jóvenes, una suerte de ingenuidad en algunas situaciones, pero también esa mezcla de humor y terror que tan bien saben engarzar los autores japoneses. Las películas, producidas con los alardes técnicos necesarios para dar credibilidad a esta historia de invasores de cuerpos, consiguen sin duda solventar las dificultades de trasladar la historia a imagen tal, mucho mejor que otras adaptaciones como Gantz (Shinsuke Sato y Earl Palma, 2010), mucho menos logradas, y en eso resulta encomiable el trabajo del director. Pero lo que termina aportando a Parasyte las dosis de epopeya necesarias es el excelente trabajo musical de Naoki Satô, conocido especialmente por sus bandas sonoras para las adaptaciones de Kenshin al cine. El compositor japonés despliega en esta película un amplio entramado musical que aportan la combinación de una gran masa orquestal, voces corales y sonidos electrónicos, teniendo como resultado una apabullante explosión musical que se incorpora a las imágenes con esa grandiosidad necesaria que convierte a las dos películas en algo más allá que una simple historia de ciencia-ficción adolescente. Porque, como decíamos, Parasyte adolece de cierto infantilismo en algunos momentos, pero la banda sonora explora mejor los terrenos de la ciencia-ficción adulta, y aporta la sensación de estar viendo una obra mucho más madura y seria. En su edición musical, pasajes como Kyozou o Kiseijuu se sostienen en la grandilocuencia orquestal, conectando en algunos momentos con la tradición clásica occidental, especialmente en sonoridades que rozan el dramatismo de una ópera. Podríamos decir que el trabajo musical de Naoki Satô funciona en cierta medida como una especie de "parásito" que absorbe la energía de otras composiciones (ahí están esas reminiscencias de Hans Zimmer en The Dark Knight (2008) y hasta apuntes referenciales hacia Mozart) para trazar caminos diferentes, impulsando las imágenes hacia una experiencia emocional que pocas veces hemos experimentado últimamente. Y ahí precisamente es donde encontramos casi una respuesta involuntaria a las declaraciones recientes de Zimmer. Porque sí hay fórmulas capaces de cultivar nuevas raíces musicales en el género de la ciencia-ficción.
A base de ostinatos y explosiones épicas de una orquesta contundente, la banda sonora de Parasyte se atreve a construir su propia estructura que al mismo desestructura la narración adolescente de la película. En ese sentido, podemos decir que Naoki Satô aporta la madurez, no solo en los pasajes de acción (llenos de una intensidad apabullante), sino también en esas sonoridades casi celestiales (voces corales) que nos acercan a esa humanidad imperfecta, sí, pero merecedora de la existencia a pesar de todo. No se pueden concebir algunos momentos de la película sin que tengamos presente el inmenso trabajo musical de Naoki Satô. Y esa sin duda es la mejor aportación que puede hacer una banda sonora al cine.
Parásito. Parte 1 y Parásito. Parte 2 están publicadas en DVD y blu-ray desde el 8 de junio por Mediatres Estudio.