El pasado otoño llegó a Sevilla un nuevo festival destinado a crecer y quedarse mucho tiempo en la ciudad. Icónica Fest llenó de música y color la Plaza de España en su primera edición. Un estreno que no sólo cosechó un gran éxito de crítica y público, sino que ha generado grandes expectativas en torno a su próxima edición. Erigido como un festival boutique que combina la música con el patrimonio cultural, tanto arquitectónico como gastronómico, la ambición mostrada por la organización augura un futuro muy prometedor para Icónica como una de las grandes citas culturales de la región.
Mientras Icónica Fest 2022 aguarda su ansiado momento tras el verano, Icónica ha querido hacer más dulce la espera salpicando el calendario de auténticos conciertos gourmet para un aforo muy limitado en las Noches del Colón. Un escenario tan emblemático como el hotel Gran Meliá Colón de la calle Canalejas, joya atemporal y vanguardista, se viste de gala para albergar noches mágicas de música en directo precedidas de una agradable experiencia gastronómica bajo la elegante cúpula acristalada del lobby del hotel.
Tras el estreno de estos aperitivos icónicos con el concierto de Mayte Martín el pasado febrero, las Noches del Colón de marzo presentaba la lujosa fusión de Jorge Pardo y Daniel Casares. Se antoja imposible reunir más talento y mejor servido que con esta dupla de próceres. Jazz y flamenco, cuerdas y viento, veteranía y juventud. La bohemia Librería del Colón cedía su coqueto escenario para la cómplice velada. Un espacio íntimo e idóneo para que el arte se sublime.
Por alegrías de Cádiz arrancaban, con Jorge Pardo a la flauta travesera y el guitarrista malagueño dejando su sello de flamenco virtuoso. Uno presencia las miradas de ambos músicos, un leve gesto casi de espaldas el uno del otro, e intuye que la magia que está presenciando es casi en su totalidad fruto de la improvisación. La maestría de dos grandes que bailan sobre el lienzo en blanco con la naturalidad misma con la que respiran. Y es que, ensayado, el fruto resultante no sería siquiera mejor. Porque es imposible. La gran belleza en su máxima expresión, como pintar un cuadro y quemarlo después. Una pequeña cápsula de gloria, un momento de eternidad que es y se esfuma.
Tras un inicio muy flamenco, Jorge Pardo se queda solo unos instantes en el escenario. Aprovecha entonces para rendir homenaje a una de las figuras más importantes del jazz con quien compartió, además, grandes tramos del camino: Chick Corea. Un pianista que hizo el recorrido inverso, partiendo del jazz se interesó por el flamenco, lo que forjó una parte importante de su personalidad musical. La Fiesta fue una cátedra de buen gusto, inspirada y arrebatadora, con Jorge Pardo jugando a rubato con ese seis por ocho mestizo, atemperándola y encendiéndola en el momento exacto. Pardo es tan irreal que parece una fantasía de los dioses, un elemento de la mitología. No se puede tocar mejor ni con más elegancia. Uno juraría que hay notas que no existen, que nunca oímos, y Jorge Pardo las inventa. Un mago que alterna la flauta y el saxofón.A continuación, es el maestro quien deja el escenario al confeso discípulo y su guitarra, que devuelve una réplica brillante por bulerías que desata todos los oles del público. Daniel Casares aúna a la perfección raíz y proyección. La música del malagueño se extiende con un lirismo y una heterodoxia universales, y con un virtuosismo mayúsculo que remite a los grandes nombres de las seis cuerdas flamencas. Después de estos dos intermedios individuales, ambos vuelven a convocar su sinergia y el arte se desparrama en la sala. Hay guiños a tótems como Camarón o Paco de Lucía, una genialidad tiende el puente y desemboca en la siguiente. Compases de Rosa María o de Surcos que se entrelazan con melodías de standards de jazz en esta fiesta mestiza irrepetible.
En algunas artes marciales japonesas existe un rango jerárquico inicial de principiante, el cinturón blanco, cuando se tiene todo por aprender. Y un rango culmen de maestría, el cinturón negro, cuando uno domina la disciplina a la perfección. Pero hay un paso más allá, el más especial. Cuando siendo ya un sabio cinturón negro, se regresa al cinturón blanco en un proceso de desaprender ciertos mecanismos automáticos, soltar amarras para desprenderse de algoritmos y dejar algunas variables fuera de control, para dejar libertad a la inspiración y a la creatividad. Desde ahí tocan Jorge Pardo y Daniel Casares, en este caso reunidos en una simbiosis superior a cualquier expectativa. Desde el cinturón blanco de la experiencia y la brillantez. Desde la música por encima de la música.
Así son estas íntimas Noches Icónicas del Colón, un verdadero lujo en que, entre copas, disfrutar a un par de metros de artistas estelares en un pequeño saloncito para apenas cincuenta personas, como si de un night club neoyorkino a la hispalense se tratara. Las próximas oportunidades de disfrutarlas serán el 7 de abril con Argentina, con Cuca Roseta en mayo y Javier Ruibal en junio.
Fotografía de archivo de Jorge Pardo · Antonio Andrés
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