2003, Papá sin complejos y yo de recién casados como quien dice en nuestras escapadas por ahí, campo, casas rurales, playa, museos, ciudades.....
2005, fotos con nuestras gatillas, cuando eran más jovencitas. Recordando momentos graciosos, momentos tiernos y sonriendo a tope.
2007, una tripa enorme preside esa carpeta:
Una tripa sin ombligo, como dice mi amiga Patricia. Una barriga en un sofá, después de tres meses de reposo, por fin podía sentarme en el sofá a leer, a ver la tele.... era mi pequeña gran victoria. Y estaba ya tan cansada, la falta de actividad de meses pasaba factura, y me encontraba agotada. Eran mucho kilos, 18 en total, me movía torpemente y las contracciones de vez en cuando reaparecían, pero ya no daban miedo, aunque había que pasarlas:
Y llegó el día, estaba de 39 semanas y contra todo pronóstico había llegado al final de mi embarazo. Era domingo y sabía que el trabajo de parto había empezado. Estaba tan feliz y al tiempo tan tranquila... me sentía segura de mi misma, conocedora de mi cuerpo. Un día de contracciones casi rítmicas, iban y venían. Crecían en intensidad, la presión vaginal era intensa, y con cada empujón, con cada dolor yo sonreía más. Bucólico, ¿verdad? pues os juro que es la pura verdad. Un año antes había perdido un bebé, y saber que por fin podría parir a mi hijo suponía una felicidad que no podía empañar ningún dolor por fuerte que fuera. La noche antes fotografiaba mi barriga, sabiendo que sería la última noche que mi hijo pasaría dentro de mi:
Y llegó el lunes, con él la revisión habitual y me comunicaban que estaba dilatada de más de 4 cm, era hora de ir al hospital. Aún tuve tiempo de regresar a casa, ultimar mi bolsa del hospital, recoger un poco, dejar a mis gatas preparadas. Así lucíamos antes de irnos:
Tres horas después mi pequeño bebe estaba en mis brazos. Era un sueño hecho realidad, el sueño de su padre y mío:
Creo que no hay momento en la vida que supere ver nacer a tu hijo, ver por primera vez su carita, sus ojos, sus manos, ver como comienza su vida fuera de ti. Y como se aferra al elixir de vida, a la teta, es magia pura:
Y a pesar de lo pasado, que ha sido mucho, a pesar de que las fotos me revelen lo que he envejecido y al tiempo lo mucho que él ha crecido, me doy cuenta de lo mucho que merece la pena. Y me doy cuenta que, aunque tengo el convencimiento pleno de que no volveré a ser madre, me duele el alma no poder volver a repetir, no poder brindarle a otro bebé la experiencia que me han dado los años y esta primera maternidad.
Lo sé, ñoño a más no poder, pero qué queréis, el año acaba y es de obligado cumplimiento un momento de recuerdo, lágrimas, nostalgia y al tiempo felicidad.
