Todos conocemos, hemos visto o hemos oído hablar de esas personas que llenan sus estanterías de "falsos libros", bonitos lomos que camuflan la más absoluta nada (y no lo digo en sentido metafórico, que también). Eso es porque el libro sigue teniendo un prestigio -los falsos libros parecen cosa de otra época, pero es muy revelador que siga habiendo negocios que viven de ellos- y le concede a su poseedor (o falso poseedor, en este caso) un sello de distinción. Si en una biblioteca el falso libro es una superchería hasta cierto punto comprensible, no resulta tan lógico que existan tal infinidad de objetos que simulan ser libro, pero no lo son. Lo que nos queda más cerca son las fundas que revisten al libro digital de apariencia libresca; el advenedizo se disfraza para pasar desapercibido, igual que las primeras televisiones solían ocultarse bajo la apariencia de muebles. 
Esto que aquí ven no son libros, sino fundas de lectores de Kobo
convenientemente disfrazadas

Cerrado parece un libro...

...abierto es un altar portátil
domésticos (despertadores o lámparas-libros, encendedores);


anuncios (por qué alguien querría darle a un anuncio de macarrones forma de libro queda más allá de mi comprensión);

o accesorios como bolsos, joyas o útiles de maquillaje, todos debidamente camuflados bajo una apariencia libresca.


Al parecer, esto es sólo una muestra de la colección, mucho más amplia, que posee Mindell Dubansky, que llega a los 600 objetos en forma de libro. ¿Sorprendente? Sin duda. El fascinante mundo del libro no conoce fronteras. Salvo, tal vez, las del ridículo, y no siempre, como demuestran algunos de los artefactos que hemos podido observar.
