A mí lo que me pasa es que en ciertos ambientes y ante ciertas personas parezco listo. Y culto. Bastante más de lo que soy. Eso es una bendición, la verdad.
"Cría buena fama y échate a dormir". El caso es que te tomen por inteligente, aunque no lo seas.
Hace muchos años vi una película que se titulaba Bienvenido, Mister Chance. Recuerdo que consistía en que a un jardinero con muy escaso cociente intelectual lo tomaban por error por una eminencia. Hacía carrera y acababa siendo consejero del presidente de los Estados Unidos.
La cosa consistía en que cuando este pobre hombre decía cualquier tontería, los demás, suponiendo que era un genio y que hablaba con segunda intención, o alegóricamente, le daban vueltas a lo que había dicho y lo interpretaban como una genialidad.
Yo, ya lo conté, tuve la enorme suerte de disfrutar eso mismo cuando era estudiante de arquitectura, y lo estoy disfrutando de nuevo con este blog.
Me siento raro porque a veces alguien me invita a algún acto o a algún selecto club, y siempre tengo la sensación de ser un intruso, un impostor.
En la escuela mi maestro Fullaondo era tan generoso que suponía que los alumnos éramos bastante más cultos y más listos de lo que en realidad éramos, y ante cualquier patochada que decíamos interpretaba que habíamos dicho algo brillante. Por ejemplo, si él citaba en clase al arquitecto Fulano, que dada mi vasta incultura apenas me sonaba, y yo, en vez de callar con respeto y prudencia, le preguntaba zafiamente: "Fulano es organicista, ¿no?", podía decir inmediatamente que no, porque no lo era y yo había vuelto a decir un disparate, para en seguida quedarse pensativo, dar algunas vueltas a sus pensamientos y contestarme: "Puede ser. Nunca lo había visto así. Tiene usted razón: Al fin y al cabo... Sí. Sí que tiene una dimensión organicista en la que nunca había pensado". Y convertía así mi ignorancia y mi estúpido descaro en sutil penetración crítica, e incluso publicaba después en algún libro: "Como dice brillantemente José Ramón Hernández Correa, Fulano tiene una orientación organicista innegable". Era pura generosidad, porque hablaba como si su interlocutor estuviera al mismo nivel que él.
¿Cómo no lo voy a querer? Con Fullaondo a muerte: El profesor más generoso que he conocido.
(Otros no: Otros bien que se empeñaron en decirme y en repetirme que yo era muy malo, que no valía, que nunca iba a ser arquitecto... Supongo que os suena. Anda y que les den).
Ahora, con este blog, vosotros me tratáis igual de bien. Me decís cosas buenas e incluso a veces me hacéis elogios que no merezco. Pero da igual: Me quedo con ellos. Creo que es cierto que escribo con alguna soltura (al menos para ser arquitecto) y no suelo endiñar los ladrillos de plomo que se reparten por otros sitios, pero al fin y al cabo casi siempre cuento cosas muy obvias y no tengo ningún mérito crítico ni teórico-interpretativo.
En cualquier caso, y tal como es la vida de cabrona y de cruel, uno siempre merece los elogios que recibe, aunque sean erróneos, igual que uno siempre merece los aprobados que le dan por equivocación, por un corrimiento en las listas o por cosas así.
Uno siempre merece los premios, los amores, las recompensas, todo lo bueno. Y si uno parece listo sin serlo, pues bendito sea. Y si uno se granjea fama de culto, de bueno, de generoso, de echao p'alante, pues tan a gusto. Que está la cosa muy mala y ya se encargan otros de echarnos mala fama a cada revuelta del camino.
Recuerdo lo que contaba Paco de Lucía que le pasó cuando empezó a tocar jazz con Al Di Meola y con John McLaughlin. Él conocía los (escasos) acordes del flamenco, y los había desarrollado con horas y horas, meses y meses, años y años de trabajo, pero sin tener ninguna base de cultura musical. No sabía solfeo, no había estudiado armonía. Tocaba y tocaba, y sabía muchísimo con las tripas, pero no con la parte consciente y racional del cerebro.
Cuando tocaba con ellos, en esa especie de exhibición y desafío que es el jazz entre varios gallitos, cada uno tenía su ocasión de lucimiento, y -en mi modesta opinión- el español se mostraba como el más brillante de los tres.
Habían tocado varias veces juntos y de pronto un día les cogió Paco de Lucía por banda y les exigió súbitamente:
-Decidme cómo se improvisa.
Ellos se rieron: Le admiraban. ¿Estaba bromeando? Era un genio de la ejecución y de la improvisación.
-Anda, no nos vaciles.
-No. En serio: Quiero saber cómo se improvisa.
-¿Cómo que cómo se improvisa? Venga, hombre, no te quedes con nosotros.
-Quiero saber cómo cambiáis de tonalidad, cómo hacéis las escalas...
-Que sí, que vale.
El gran guitarrista Andrés Segovia, con una mezquina actitud que le deshonra, siempre habló mal de Paco de Lucía: "No es ni flamenco ni músico, solo tiene unos dedos listos".
Pues eso: que ya tenemos demasiados andresessegovias en nuestras vidas que nos amargan diciendo que no somos ni flamencos ni músicos, ni arquitectos, ni críticos, y que hacemos edificios horribles, y artículos tontísimos, y no decimos ni hacemos nada más que idioteces y que no valemos para nada, como para que nos apure que alguien diga que somos buenos. Pues claro que sí: Decidme que os gusta este blog, que soy muy simpático y muy guapo, que huelo muy bien y que toco el saxofón con mucha chispa. Claro que sí. No os lo voy a negar. (¿Para qué?)
Y vosotros hacedme el favor de aceptar todo lo bueno que os den, que es escaso y siempre se ha de tomar con alegría y gratitud. Aunque no os lo merezcáis. Aunque os llegue por error. Porque lo malo tampoco lo merecéis y bien que lo tenéis que soportar y os lo tenéis que tragar.
Así que, venga, a disfrutar de todo lo que os llegue, de todo lo que hagáis y de todo lo que os quieran.