Revista En Femenino

Parecidos razonables: ¡Ostia, pero si soy yo!

Por Odellera

Reflexiones


¡Ostia, pero si soy yo!

¿No os ha pasado alguna vez que os han confundido con alguien? A mí sí. Un montón de veces. Principalmente me han confundido con mi hermana, aunque también con otras personas. Por lo visto, tengo una ristra de dobles, ahí, sueltos, por estos mundos de Dios. Aunque si os soy sincera, mis dobles, los pocos que he visto (en foto o vídeo), nunca me han parecido tan idénticos a mí. No hasta el punto de que alguien, que me conoce, me haga la estúpida pregunta de: «¿Eres tú?».

Lo que me lleva a pensar que, muchas veces, lo hacen a mala leche. Cuando ven que la susodicha recuerda a mí, pero en feo. Sería algo así:

Parecidos razonables: ¡Ostia, pero si soy yo!

Parecidos razonables: dejo a vuestro criterio quién es la más guapa.

¡Anda, pero si parecen gemelas!

«Anda, pero si parecen gemelas». Esta es la frase que más oí durante mi infancia. Mi madre tenía la costumbre de llevarnos a mi hermana y a mí vestidas igual y, por alguna razón que no alcanzo a comprender (mi hermana es un año menor y en aquel entonces era más bajita que yo), la gente pensaba que éramos gemelas. Aunque ni yo me veía como mi hermana, ni ella se veía como yo. En mi casa tampoco había confusión. Vamos, que los únicos que nos confundían eran los que no nos conocían.

Mi hermana y yo

Mi hermana (izquierda) y yo (derecha).

Las confusiones siguieron durante años y, ya en el instituto, fue la monda. Algunos alumnos pensaban que mi hermana y yo éramos la misma persona. Y una vez se dieron cuenta del error, nos confesaron que hasta nos habían llegado a coger manía; bueno, a nosotras no, a la «persona imaginaria» formada por las dos. Por lo visto, creían que se trataba de una chica extremadamente presumida, que no paraba de cambiarse de ropa. ¡Madre mía del amor hermoso! Hay que ser capullo.

Otra confusión épica en el instituto se dio un día en el que se anuló la última clase a la cual tenía que asistir. El profesor estaba indispuesto. Así que cogí mis bártulos y me dirigí hacia la puerta de salida. Allí, otro profesor, me interceptó, recriminándome que hiciera pellas (juro por lo más sagrado, que nunca me he saltado ninguna clase. Soy muy responsable).
—¿Dónde te crees que vas? — gritó el profe desde la escalera de la entrada.
—A mi casa —. respondí tranquilamente, sospechando que era otro incauto que me confundía con mi hermana.
—¡Venga, a clase!
—Disculpa… — le corté, partiéndome de la risa interiormente — …creo que me estás confundiendo con Emma, mi hermana. Yo no tengo clase. La acaban de anular.

Os podéis imaginar el careto que se le quedó al pavo. ¡Tierra trágame! Evidentemente me pidió disculpas y yo me fui tan ricamente, cachondeándome de él con mis amigas, que tampoco tenían clase, claro.

El Careto que se le quedó al pavo (profesor).

Aunque la más sonada fue el día que mi madre fue a apuntarnos para el curso siguiente, porque nosotras estábamos fuera y no podíamos ir a hacer la gestión. Mientras hacía cola, esperando a que la atendieran, unas alumnas cotillas le preguntaron que quién era su hijo/a.

—Soy la madre de Olga y de Emma.
—¡Ah, las gemelas! — exclamaron las chicas.
—No, no son gemelas — respondió ella, acostumbrada a ese tipo de confusión.

Y ahora viene lo fuerte. Las muy zopencas va y le sueltan:

—Sí, sí que son gemelas.

Y bien convencidas que se lo dijeron. Ja, ja,ja…

—Pues no lo voy a saber yo… que las he parido —. respondió mi madre, alucinando — Se llevan un año de diferencia.

Aún así, las muy mendrugas se quedaron dudando de su palabra. Digo yo que estarían valorando si había tenido un parto diferido, o un polvo fotocopiado. Yo me decanto por un problema de hardware (de las chicas): sus neuronas no daban pa’ más.

¿Hermanas o clones?

Por si no hubiéramos tenido suficiente con los líos en el instituto, a mi hermana y a mí también se nos ocurrió ir juntas a la universidad. Las dos estudiamos enfermería; aunque de la época universitaria no recuerdo anécdotas debido a nuestro parecido físico. Sí que recuerdo que me confundieron, años más tarde, en el hospital donde ella trabaja . Yo había acudido a visitar a un familiar que estaba ingresado y por el pasillo me crucé con un médico, el cual me sonrió y pareció querer decirme algo.
Inciso: Mal pensadas. La posibilidad de un intento de ligue queda descartada. Estamos hablando de profesionales de la salud.
Estoy segura que el pobre me confundió con mi hermana Emma. Cosa que sigo sin entender, porque ella es más alta que yo y no lleva gafas. Huelga decir que yo soy mucho más guapa y atractiva (es coña). En fin…

 

Después llegaron los embarazos. Sí, Emma y yo nos quedamos embarazadas prácticamente al mismo tiempo (aunque yo parí la primera; por eso de ser la mayor). Dimos a luz a dos niños (uno cada una) con 18 días de diferencia. Y ya os podéis imaginar qué sucedió. O puede que no.
En aquel entonces, las dos vivíamos en el mismo pueblo. Y se nos ocurrió la genial idea de comprarnos el mismo modelo cochecito para pasear a nuestro bebé (aunque de distinto color). Coincidencia que ocasionó varias situaciones divertidas. Como que el ginecólogo de mi hermana (que vive y ejerce en el pueblo) me saludara por la calle (pensando que yo era ella). O que las vecinas de Emma me pararan por la calle para ver a mi retoño, convencidas que era el nuevo vecinito de la escalera. Dos segundos después, se daban cuenta que yo no era Emma, lo que les causaba gran turbación. ¿Cómo era posible, si todo encajaba? El cochecito, el bebé, mi parecido físico… ¡Pero no era ella!

Las caras que vi en esos primeros días, después de dar a luz, eran dignas de retratar y enmarcar. Vamos, que la liamos parda; «confusionalmente» hablando, claro.

La mujer de las mil caras:

Mi capacidad para reconocer caras es nefasta (he llegado a confundir a otra persona con mi madre), así que no soy la más indicada para criticar a los que me confunden a mí. Pero es que a veces me da la sensación que soy Ayra Stark, la mujer de las mil caras (si no eres fan de Juego de Tronos no sabes de qué estoy hablando).

¡Coño! ¿Precisamente yo?

Y es que, tenga la pinta que tenga (más flaca, más gorda, pelo largo, pelo corto, pelo teñido, sin teñir, con gafas, sin gafas…), siempre hay alguien que me encuentra un parecido razonable con otro alguien; algunos bastante odiosos, todo sea dicho de paso.

Así que, teniendo en cuenta todo lo que os he contado, solo se me ocurren dos explicaciones lógicas :

a) Tengo una cara muy «camaleónica», capaz de «metamorfearse» y adoptar el aspecto de otros rostros.
b) O la gente está muy necesitada de una revisión oftalmológica (incluso psiquiátrica, me atrevería a decir yo).

Aquí os dejo esta imagen mía, para que cesen, de una vez por todas, las confusiones:

 

Y a ti, ¿te han confundido alguna vez? No olvides compartir tu anécdota en los comentarios.

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Olga

Adicta al chocolate y soñadora. Me dedico a escribir por placer.

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