Revista Opinión

Paren España 2010, que me vuelvo a la Edad Media

Publicado el 06 julio 2010 por Eowyndecamelot

Esta vez mi sempiterno enemigo me había soprendido en una de mis excursiones a la aldea más cercana para adquirir víveres (aún no he podido librarme de esa prosaica costumbre de comer que tantos problemas nos trae a los siervos de la gleba y a los marginados de la sociedad).
-¡Alto ahí, mosca cojonera! -me espetó-. Esta vez no te escapas.
Su exclamación poseía una seguridad mayor incluso que la habitual en un fanfarrón como él. Tuve un mal presentimiento, o una buena intuición, pero eso no iba a privarme de hacer lo que se debe en momentos en que te juegas la integridad (o lo que queda de ella) de tu físico. Así es que le solté:
-¡Eso ya lo veremos! (soy poco original, qué le vamos a hacer) -mientras, el saco de arroz lleno de bichos de especies desconocidas en el medievo que llevaba en mi mano izquierda salió disparado hacia mi malvado interlocutor y sus secuaces. Aprovechando la confusión, me metí por un hueco entre mis perseguidores y salí por la puerta de la choza mientras sembraba el suelo a mi zaga de verduras en diferentes estados de descomposición procedentes de mi morral, sin duda una trampa mortal cuando sus pies entraran en contacto con su viscosa y resbaladiza textura. Qué lástima que no se hayan descubierto aún las Américas, porque un buen manojo de plátanos y medio kilo de tomates maduros me hubieran ido muy bien en esta aventura.

Pero, a falta de productos de una tierra cuya mitad norte sería en el futuro colonizada por lo peorcito de la raza humana europea (que a su vez es lo peorcito de la raza humana en general) con el resultado que tod@s sabemos, imprimí la máxima velocidad posible a mis piernas poco acostumbradas a moverse por sí mismas sin el auxilio de la cabalgadura, para encontrarme con que mis adversarios habían cercado el pueblo, aprovechándose de la superabundancia de mercenarios dispuestos a cargarse a alguien por cuatro maravedíes que existía desde que la nobleza y la burguesía cooperaban en esconder las reservas de grano para provocar la subida de los precios y ocasionar una crisis económica mortal de la que ellos, como siempre, saldrían beneficiados. “Te ha vuelto a fallar la previsión, Eowyn”, me dije, deseando que me dejaran el tiempo de vida suficiente para arrearme el cachete en la mejilla que sin duda merecía. “Tanto frecuentar las tabernas y tanto coquetear con los fornidos aldeanos, misteriosos caballeros errantes y trovadores dichareros que asisten a ellas te está estropeando el criterio”. Me prometí por enésima vez volver al buen camino si salía de ésta mientras trataba de esquivar a los esbirros corriendo en zig-zag y metiéndome por los estrechos callejones de la aldea a la que habían ido a a parar mis hambrientos huesos. Esperaba hallar algún carro de heno de conductor bonachón que despertara pocas sospechas en los guardianes de la puerta principal del pueblo (y así evitar que me pincharan demasiado el culo con sus lanzas), un disfraz de Hermanita de la Caridad o alguna cosa de ésas que siempre salen en las películas cuando el héroe o la heroína están en apuros. Pero sólo encontré una casucha adornada con diferentes aditamentos de tipo esotérico y sobre cuya puerta se podía ver un letrero que rezaba ‘Tienda de la Bruja Lola’. “Bueno, menos da una piedra”, me resigné, entrando en el lóbrego establecimiento mientras pensaba que tal vez la susodicha hechicera podría proporcionarme un filtro que me convirtiera en princesa por un día y ganadora de la final de Operación Fracaso, o bien encendiera alguna vela negra a mis enemigos que los transportara de golpe a una dimensión desconocida con mucho llanto y crujir de dientes.

La dueña del establecimiento me recibió con una aterradora sonrisa en la boca: cumplía todos los tópicos preceptos de apariencia que podían acreditarla como bruja de la peor calaña, con harapos negros malolientes coronados con un sombrero picudo, pelos de rata psicótica y verrugas y jorobas en los lugares más insospechados de su figura.
-¡Mmmmm, una clienta! ¿Qué se os ofrece, guapa? ¿Algún filtro de amor que os permita atrapar al noble más boyante de la comarca? ¿O tal vez un sortilegio de belleza inmediata?
Quise creer que su última pregunta respondía más a una estrategia de márketing que a una indirecta poco amable con mi persona, y me concentré en lo importante.
-Os contaré el problema y dejaré su solución a vuestro profesional criterio, buena mujer. Ahí afuera hay más o menos 500 hombres persiguiéndome con intenciones lesivas para mi físico y mi virtud, ésa que todas las mujeres debemos guardar como un tesoro. ¿Qué me aconsejáis, aparte de rezar a todos los santos del santoral para que intercedan con el diablo en que no me guarde el peor sitio del infierno?
Mi interlocutora pareció reflexionar y, por fin, se volvió y hurgó entre los polvorientos anaqueles a sus espaldas. Sacó una redoma llena de un líquido de color gris parduzco de aspecto nada apetitoso que parecía la última creación gastronómica de uno de los afamados cocineros del rey.
-Este preparado os dará la visión de los agujeros dimensionales que se hallan a vuestro alrededor. Están por todas partes, sólo que el común de los mortales son incapaces de verlos. Sólo tendréis que entrar en uno de ellos e imaginaros el sitio en el que deseáis estar. Son 10.000 maravedíes -cogí mi bolsa y la vacié convenientemente en las ávidas manos de la bruja, maldiciendo porque otra vez no iba a llegar a fin de mes-. Pero antes de que lo toméis debo advertíos que tiene efectos secundarios. Os convertiréis en una persona sensible al capricho de las leyes del tiempo y el espacio, y puede ser que en algún momento os encontréis en lugares donde no os apetece estar y en tiempos que ni siquiera deberían existir.

Pero ya la soldadesca llamaba a la puerta y no podía permitirme el lujo de dar la importancia debida a las palabras de la terrible hechicera. Así que me eché la pócima al coleto, de inmediato vi una especie de túnel nebuloso ante mí y me precipité adentro mientras imaginaba verme a las afueras de la aldea, donde había dejado mi cabalgadura. Dicho y hecho, en un santiamén me hallaba en el sitio indicado, con la bolsa y el estómago vacío y pocas posibilidades de que ambos se llenaran en breve, pero al menos aún en el mundo de los vivos, quién sabe por cuánto tiempo.

Pero a partir de entonces me suceden cosas extrañas. Cuando más tranquila estoy me veo arrastrada por el túnel a un mundo que no me gusta nada. En él me encuentro secuestrada en el cuerpo de una personaja cuyo nombre empieza por la misma letra que el mío, pero ahí se acaban todas las semejanzas, cuya vida es tan penosa y está más explotada laboralmente que los esclavos del lugar de donde vengo. En este país y en esta época, llena de sorprendentes aparatos en uno de los cuales estoy escribiendo este testimonio, la Iglesia Católica no sólo no ha perdido un ápice de su poder e influencia, como augurábamos optimistamente l@s compañer@s de batalla en nuestras charlas tabernarias al atardecer que sucedería en el futuro, sino que lo ha aumentado, y hay que consultarla en todo, desde legislar supuestamente en bien de l@s ciudadan@s hasta liberar a unos presos a los que llaman “políticos” y que parece que sólo están en algunos países, curiosamente los que tiene sistemas de gobierno menos absurdos. Dicen que hay crisis económica y que la gente no tiene trabajo, que se impone la austeridad presupuestaria, pero en lugar de recortar gastos en aviones privados y lujos asiáticos de los dirigentes de la política y la economía lo hacen en servicios a la población, que a su vez podrían ser una fuente de empleo, lo que generaría más consumo y redundaría en el beneficio de estos empresarios que parecen tan intocables y que se quejan sin parar, aunque la mayoría no cesa de declarar que han tenido beneficios a pesar de esta situación; al contrario, parece que esperan que sean los que menos tienen los que salven la situación, cosa que no tiene ningún sentido, y además de bajarles los salarios les suben los precios. Aunque teóricamente está permitido que las personas dejen de trabajar un tiempo (se denomina “huelga“) para luchar contra situaciones laborales abusivas, en la práctica se les recorta el sueldo, se les obliga a unos servicios mínimos que equivalen casi a no hacer huelga y encima se les acusa de tener intereses políticos detrás, con lo que esta opción de protesta se ve dificultada enormemente. Nadie parece estar preparado para el puesto que desempeña y se toman decisiones peregrinas, como prohibir las únicas opciones que mujeres oprimidas por religiones tan estúpidas como la católica salgan a la calle y se relacionen, y todo ello alegando el bien de la mujer. Y eso sin mencionar que parece que a mayor grado de delito y peligrosidad social también es mayor la impunidad judicial.

Y yo que pensaba que la época de la Peste Negra y de las guerras interminables eran malos tiempos… Estoy empezando a pensar que tal vez no hubiera sido tan terrible que me atraparan los soldados.


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