La imagen de nuestra entrada de hoy es la de un piso de apenas dos metros cuadrados, digo piso por denominarlo de alguna manera, en la que un parisino vivió, también por expresarlo en algún modo, durante los últimos dieciséis años. Por si el espacio fuese excesivo, el zulo está en cuesta, lo que le permitiía a su usuario permanecer completamente de pie, en tan solo veinte centímetros.
En unas declaraciones a medios de comunicación galos, afirmó que uno no vive, sino que sobrevive, y siendo la alternativa la calle, no estaba tan mal el apartamento, por el que pagaba la nada desdeñable suma de trescientos treinta euros al mes.
Las grandes ciudades son impersonales, frías, son lugares donde un ciudadano puede caer muerto en medio de la calle sin que nadie se detenga, mientras se sigue con una rutina diaria donde la prisa manda y la competencia feroz es el pan nuestro de cada día. Alejandro Pumarino pescaba entre Selviella y Aguasmestas, en un tiempo en el que uno se permitía el lujo de detenerse a no hacer nada, escuchando el discurrir del agua entre las piedras. Ese tiempo queda demasiado lejos, mientras, a nuestro modo y manera, vivimos la vorágine de la ciudad en una desesperada carrera hacia ninguna parte. La reflexión invita al regreso a nuestras raíces, porque, ahora sí, ese tiempo pasado fue claramente mejor.