Revista Comunicación

París, distrito 13 -cuando quieren decir sexo

Publicado el 14 abril 2022 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertran
PARÍS, DISTRITO 13 -CUANDO QUIEREN DECIR SEXO
Hay tres nombres en París, Distrito 13 que creo que invitan a su visionado. El primero es el de su director, Jacques Audiard, autor detrás de títulos tan potentes como Un profeta (2009) o la reciente Los hermanos Sisters (2018), al que habría que seguir en cada estreno. El siguiente nombre es Adrian Tomine, imprescindible autor de cómics, californiano de ascendencia japonesa, en cuya obra ha sabido retratar con sensibilidad la soledad de la vida urbana, y cuyos relatos -entre ellos, Rubia de verano- sirven de base para esta película. Por último, mencionemos a una directora imprescindible del cine actual, Céline Sciamma, autora de la maravillosa Retrato de una mujer en llamas (2019) que aquí colabora en el guión. Presentados los nombres propios de esta película, estamos ante un drama ligero que se centra en tres personajes principales cuyas vidas se cruzan bajo los 8 rascacielos de Les Olympiades: Émilie (Lucie Zhang), Camille (Makita Samba) y Nora (Noémie Merlant), además de la misteriosa Amber Sweet (Jehnny Bet) -personaje que da título a un relato de Tomine-. Cada uno de los componentes de este cuarteto esconde sus propios conflictos y soledades, que marcan las relaciones entre ellos. Lo interesante es cómo Audiard invierte la relación amor-sexo. Estos jóvenes -¿Millennials?- se relacionan primero a través de lo carnal y luego, ya se verá. Así, Émilie y Camille son propensos a comunicarse con los demás a través del sexo, pero se cierran cuando, lógicamente, una relación comienza a generar intimidad, lazos y un mínimo compromiso. Resulta interesante también cómo en París, Distrito 13 el sexo es apasionado pero al mismo tiempo frío, impersonal, una pura necesidad biológica que se gestiona a través de una aplicación en el móvil. Y no sé si será el mensaje de la película, pero en cuanto los personajes dejan de fornicar, en cuanto se separan unos de otros con barreras físicas -mudándose a otro piso, hablando a través de una videollamada- o con barreras morales -no mezclar la pasión con el trabajo- es cuando comienza a surgir algo parecido a una relación sentimental (y humana). París, Distrito 13 reflexiona también sobre la identidad en la sociedad actual: todo el mundo tiene un álter ego virtual y los protagonistas viven una existencia líquida en la que cambian de amantes, de vivienda y de carrera profesional con una facilidad pasmosa. Eso parece dar pie a una gran libertad individual: cualquiera puede ser lo que quiera -incluso se puede ser tartamuda en la vida real y una cómica sin traba sobre un escenario-, pero al mismo tiempo, esa libertad parece llevar a una insatisfacción perpetua -lo que me ha hecho pensar, de nuevo, en La peor persona del mundo (2021)-. El personaje de Émilie es capaz de mentir como si nada, de fingir ser otra persona, o de encargar a alguien que finja ser ella, pero ¿Es feliz? Audiard dibuja, además, una sociedad en la que se ha perdido la intimidad y la vergüenza, en la que la gente se pasea desnuda frente a los otros, y en la que, curiosamente, Nora entra en un chat porno usando su verdadero nombre, pero llevando una peluca. Una sociedad que se cree con el derecho a juzgar a los demás según su imagen en las redes, como si detrás de ella no hubiera otro ser humano real, con sentimientos, que simplemente interpretaba un papel. París, Distrito 13 es una película estimulante sobre las relaciones personales y sentimentales, de una frescura irresistible, en la que Audiard no renuncia a sus acostumbradas fugas poéticas de gran belleza estética. La escena final, sencilla y cotidiana, es de un romanticismo tremendo. Todo un hallazgo.

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