Revista Libros
Gertrude Stein.
París Francia.
Traducción de Daniel Najmías.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2009.
Lo único que interesa a todo el mundo, es decir, a todo el mundo que escribe, es vivir dentro de sí mismo para contar lo que hay dentro de sí mismo. Esa es la razón por la que los escritores tienen que tener dos países, el país del que son y el país en el que realmente viven. El segundo es romántico, es algo aparte, no es real pero está realmente ahí. Los victorianos ingleses lo hicieron con Italia, los norteamericanos de principios del siglo XIX lo hicieron con España, los norteamericanos de mediados del siglo XIX lo hicieron con Inglaterra, mi generación la generación norteamericana de finales del siglo XIX lo hizo con Francia.
La autora de ese párrafo, la estadounidense Gertrude Stein (1874-1946) vivió en París desde 1903. Allí convirtió su casa en un lugar de reunión de la vanguardia artística y literaria. Renovadora de la literatura memorialística, mucho antes de instalarse en Francia había publicado un artículo en la Psychological Review sobre la escritura automática. Era 1896 y Gertrude Stein se anticipaba así en un cuarto de siglo lo que iba a ser la propuesta central del Primer manifiesto superrealista de 1923. Protectora de pintores como Picasso, Braque, Matisse o Gris, fue también una figura clave en el impulso a las vanguardias literarias y en la consolidación de la que ella misma bautizó despectivamente como generación perdida. Contribuyó de forma decisiva a convertir París en la capital cultural del mundo. Apoyó o protegió a Joyce, a Scott Fitzgerald, a Ezra Pound, a T.S. Eliot, a H.D., y tuvo una relación tormentosa con Hemingway, que se vengó de ella en París era una fiesta.
Cuando escribía intentaba hacer en prosa lo que Pîcasso en pintura, quería conectar los hallazgos del cubismo y la abstracción con la experimentación verbal. Despreciaba las comas, ese punto pobre que más que un signo de puntuación era un error existencial que interrumpía la fluidez del presente continuo que aspiraba a crear en su literatura. Una literatura que vive más en el párrafo que en el capítulo, lo que le permite innovar la sintaxis o el ritmo de su prosa libre.
París Francia, el libro que publica Minúscula en su colección Paisajes narrados, apareció en 1940 y coincidió con la entrada de los nazis en París, que ya no era lo que había sido. Gertrude Stein resume en él su visión de la ciudad en descripciones que juegan con el punto de vista y arrancan de los recuerdos infantiles de una primera visita:
París, Francia es emocionante y tranquilo. Solo tenía cuatro años la primera vez que estuve en París y allí hablé francés y allí me sacaron fotos y fui al colegio y desayuné sopa y almorcé pierna de cordero con espinacas, siempre me han gustado las espinacas, y un gato negro trepó de un salto a la espalda de mi madre. Eso fue más emocionante que tranquilo. No me molestan los gatos pero no me gusta que se me suban a la espalda. Hay montones de gatos en París y en Francia y pueden hacer lo que se les antoje, sentarse encima de las verduras o entre los comestibles, quedarse en casa o salir. Considerando los muchos gatos que hay es extraordinario que se peleen tan poco.
Y a partir de ahí se suceden la gastronomía y los perros callejeros, los cuadros y la historia, Zola y Sarah Bernhardt, Satie y la guerra, el superrealismo y las relaciones familiares para completar un panorama plástico e inédito de París en un momento en el que Inglaterra y Francia, los países a los que dedica el libro Gertrude Stein, tienen que asumir el papel de civilizar el siglo XX.
Santos Domínguez