Revista Viajes

Paris Roubaix 2016. Paraíso en el infierno

Por Rafael @merkabici

Nadie dijo que fuera fácil. A las 04.00 sonaba el despertador para David (que además repetía experiencia de 2015), Adrián y Santiago. Madrugón para desayunar y coger el bus rumbo a Busigny. Junto a ellos 3.000 locos venidos de todo el mundo dispuestos a hace r 175 kilómetros y 'comerse' los 25 tramos de adoquines de la París Roubaix. Los mismos que un día después iban a afrontar los profesionales.

El paso al infierno de Roubaix para el resto de los viajeros ciclored.com era más benévolo. El despertador se apiadaba a las 07:00 para devorar el buffet libre del hotel. Calorías contra el frío mañanero. Sólo un instante. A las 08.30 partíamos del Velódromo de Roubaix con sol y en cuatro pedaladas el cuerpo entraba en calor.

Tocaban 50 kilómetros de adaptación a las carreteras estrechas, al asfalto rugoso y a los baches. Ideales para ir pillando la rueda de holandeses, belgas y australianos. De esos de casi dos metros de altura que nos dejaban casi sin viento de cara. Y como la táctica era CBR (Comer, Beber y a Rueda) paramos en el avituallamiento para ir recargando fuerzas.

Y es que el Bosque de Arenberg no era un aperitivo, sino un plato principal en su máxima expresión. Giro a la derecha. Infierno de barro. Las lluvias de los días anteriores, la humedad del bosque, el fresco de la mañana convierten los casi dos kilómetros de Arenberg en una pista de patinaje. Casi imposible mantenerse sobre la bici. Agujeros, adoquines, ciclistas por todos los lados... ingobernable. Atravesarlo supuso más de 8 minutos y pulsaciones a mil para evitar besar los adoquines (eso solo al acabar la marcha...)

Paris Roubaix 2016. Paraíso en el infierno

Menos mal que al final del tramo estaban Héctor, María, Lina y Fani para inmortalizar el momento.Recompensa y a seguir rodando en busca de Adrián, David y Santiago, que ya había sufrido Arenberg.

Paris Roubaix 2016. Paraíso en el infierno

Tras Arenberg casi todo parece una autopista comparado con el bosque. Los adoquines ya están secos, no hay barro y siempre alguna escapatoria de césped para esquivar el traqueteo. Cunetas que serían territorio prohibido en cualquier salida normal en bicicleta y que se convierten en el maná cuando las piernas, los brazos y las manos empiezan a sufrir la tortura de los adoquines.

Pasan Wallers, Hornaing, Warlaing... pavé poco conocido para el público pero que hace daño al cuerpo. Por eso no hay duda de parar en el avituallamiento a 75 kilómetros de meta. Además con regalo. Allí Pedro Delgado y Pedro Horrillo, que también están haciendo la marcha, nos regalan consejos para la batalla que queda. Nunca viene mal.

Las dos zonas de Orchies dejan paso a los míticos de cuatro estrellas de Mons en Pevelé y Pont Thibaut. Seis tramos de pavé que rompen el grupo. Las fuerzas se empiezan a echar en falta. Es todo plano pero cada kilómetro de adoquín es como si fuera un puerto de montaña. La bicicleta se para. N o avanza. Cada pedalada es un suplicio si no eliges el lado correcto. Por eso es obligatorio detenerse en el último avituallamiento para ganar energías. Además. Obleas de miel, gofres, galletas, barritas energéticas .... y tiempo para reparar pinchazos, que en Roubaix están a la orden del día.

Paris Roubaix 2016. Paraíso en el infierno

El cansancio a veces te hace incluso ver doble. No puedes cerrar las manos. Es difícil frenar. Incluso agarrar el manillar. Todo el cuerpo se resiente y por delante queda el Tourmalet de Roubaix. Tres tramos de 'calentamiento' y la agonía. Camphin en Pévele, Carrefour de L'Arbre y Gruson. Cinco kilómetros de pavé roto seguido, con solo 300 metros de asfalto de descanso. Agonía pura.

Aparece el viento... y no precisamente para ayudar. Las cuatro estrellas de Camphin en Pevelémultiplican su nivel con eolo soplando de costado. Llega Carrefour. Cinco estrellas... y menos mal que al principio, la zona más rota, el viento es amigo. Una pequeña ayuda que se torna en enemigo cuando sopla de costado. 300 metros para la foto mítica.... y a seguir pedaleando por Gruson.

El último tramo es Hem. Dos estrellas que deberían ser siete y ocho. Ciclistas pesados y con watios sufriendo y casi sin poder hacer avanzar la bicicleta en un tramo totalmente plano. Pajarones en plano. El señor del Mazo haciendo de las suyas con cara de piedra. Así es Roubaix. Donde los desniveles se miden en adoquines.

Paris Roubaix 2016. Paraíso en el infierno

Eso sí. Siempre quedan los cuatro kilómetros finales hacia e l Velódromo. La campana sonando. La vuelta por el peralte. El sprint. La foto. La medalla. El beso de la azafata. La cerveza en el Bar de los Amigos de la Roubaix. La ducha en las taquillas míticas. La búsqueda de B oonen, Merckx, Cancellara, De Vlaenmick ... Un hueco entre los más grandes.

Y sobre todo la cara de felicidad de 11 ciclistas mezclada con el cansancio de un recorrido con sólo 500 metros de desnivel. También llegan los hermanos Colino. Casi dos metros de ciclistas que han aplastado adoquines como si fueran papilla. Igual que el segoviano Carlos de Andrés. Un vicioso de las clásicas que apura horas de sueño y trabajo para sumar Flandes y Roubaix el mismo año.

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