Si hace unos días hablábamos del contrasentido de la nueva figura del profesor-traductor en los programas bilingües, insistiendo en el modo como los nuevos lenguajes instrumentales están invadiendo el área del conocimiento, la nueva apuesta educativa de ofertar “clases de autoestima” a los alumnos que no vayan a cursar religión católica ahonda, más si cabe, en la loca carrera hacia el desbocamiento total. Con el propósito de que los alumnos que no elijan cursar Religión no tengan una hora perdida en el horario escolar, la opción elegida por las autoridades educativas, con eso de que hay que corresponder a la nueva oleada de jóvenes desanimados y deprimidos, es la de que reciban un plan concienzudo de atención motivacional: «La atención se programará y planificará por los centros de modo que se dirijan al desarrollo de las competencias transversales a través de la realización de proyectos significativos y relevantes y de la resolución colaborativa de problemas reforzando la autoestima, la reflexión, y la responsabilidad», dice la disposición adicional primera del borrador del Real Decreto de Primaria y ESO.
Llegados a este punto, y por la experiencia pasada de programas piloto educativos, mucho me temo que el plan se vaya a traducir en un «sálvese quien pueda», buscando los profesores entre los estantes de CDs aquellos viejos musicales animosos como Amelie o Cantando bajo la lluvia, y todo para ver cómo estiran sus mejillas los alumnos alternativos y cuidando que no se dirijan a ti con el semblante caído confesando una depresión de caballo. ¿Verdaderamente alguien puede creer que se puede hacer lección de la autoestima y la responsabilidad? ¿Verdaderamente alguien puede creer que con una o dos horas semanales los alumnos vayan a colorear sus vidas y encontrar nuevos significados a la existencia humana? ¿O es que, más bien, de lo que se trata es de hacer ver que la solución al desánimo y la apatía la tiene el mensaje salvador impartido únicamente en las clases de Religión?
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En todo caso, este «sálvese quien pueda», instalado como norma en los centros educativos, no quita para que equipos directivos y comisiones exhaustas de obedientes profesores, una vez más, tengan que reunirse para sentarse a pensar cómo rellenar los nuevos planes de programación y planificación. Convertidos por la lógica del neoliberalismo en auténticas fábricas de instrumentos y procedimientos, nuestros centros serán, a un tiempo, parroquias para creyentes y no creyentes: a los unos se les dará el pan de cada día; a los otros, se les utilizará de masa con la que amasar el pan.