“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad”
Isaías 43:19
Una noche durante mi oración, y tras la pregunta del por qué o para qué, no tardó el Señor en responder. Acostumbro a leer un texto bíblico luego de mi charla con el Señor, a escuchar un poco de palabra de un siervo de Dios y a analizar una palabra bíblica que alguien que no conozco, pero que forma parte de un grupo de Whatsapp al que pertenezco, y es así como confirmo las promesas que tiene el Señor para mí.
Recuerdo claramente que la cita de la promesa fue la escrita al empezar este capítulo y sin dudas cosas nuevas vendrían…
Justamente a los ocho días del impase con mi hijo, en la mañana recibí una llamada de alguien conocido, que me indicaba que mi esposo se encontraba en la sala de urgencias de un hospital cercano, pues había sufrido un infarto. Dios mío! Fue lo único que pude pensar, ¿un infarto? Un hombre tan saludable y fuerte que salió en la mañana después de su rutina y dispuesto a empezar su día laboral?
Allí estaba otra vez, colocando todo en las manos del altísimo y con una inusual lentitud, quizá por el impacto de la noticia, me preparé para salir. Afanada para buscar un transporte y como sucede en estos casos se demoró más de lo normal y cuando lo logré tomar, había mucho trancón en el camino. Sin más, empecé a entender que esta situación estaba probando mi fe, de tal forma que traté de descansar en el Señor toda mi ansiedad.
Me pareció eterno un recorrido que no dura más de un cuarto de hora pero al fin llegué y cuando al fin me dejaron ingresar, fue muy conmovedor el cuadro que encontré: Postrado en una camilla el hombre que había entronado en mi vida siendo monitoreado su corazón y con un pronóstico preocupante, pero estaba estable y consciente. El médico se apresuró a comentar que habían encontrado un trombo de sangre que impidió la circulación en una arteria importante lo que provocó el infarto, por lo que la urgencia había sido tratada en aquel lugar, pero debían transferirlo a una clínica especializada al otro lado de la ciudad.
Fue toda una tarde esperando su traslado en ambulancia, lo que me dio tiempo a escucharlo, a pedirnos perdón, quizá por el miedo a la muerte. Me sentía confundida y sorprendida, pero en momentos de soledad, levantaba mi clamor a Dios, preguntándole insistentemente qué pasaría y por qué. En el momento nada escuché, quizás habló a que estaba muy ansiosa por entender.
Llegando la noche, mi esposo fue trasladado al hospital; después de dejarlo con tristeza en la UCI y de vuelta a casa, todavía me parecía que todo había sido un mal sueño.
Sola ya y a media noche, tuve mucho tiempo para pensar y orar y tratar de “adivinar” lo que el Señor quería hacer. No logré conciliar el sueño, repasaba la situación, no deseaba escuchar el teléfono y no estaba muy dispuesta a la oración pero fue cuando entendí, que mi Padre celestial conoce el afán humano y sentí una paz desconocida que me ayudó a conciliar por algunas horas el sueño.
Indudablemente mi rutina diaria cambió, luego de dejar a mi hijo, que estaba preocupado por la situación de su padre, saldría a la clínica para regresar en la tarde y atender mis obligaciones de madre, situación que repetiría durante los siguientes 5 días hasta el alta de mi esposo.
Un día antes que mi esposo saliera de la clínica, recibí una palabra del Señor la cual debería entregarle aunque no la entendiera y esta era:
“Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte”(2 Corintios 7:10).
A pesar que tenía muchas dudas de mi interpretación, simplemente se la leí, pero me encontré con un corazón frío, que no la recibió con la emoción con que se la entregué y me causó mucha tristeza comprender que mi esposo estaba ya muy lejos de los caminos del Señor.
No niego que esperé que al llegar a casa no solamente la relación con mi hijo cambiara sino nuestro trato como pareja y con Dios y aunque lo primero se dio, en el enfermo corazón de mi esposo, ni Dios ni yo, teníamos lugar.
Espera parte 6. Duele Señor!