El Partido Popular pasó ayer su rodillo sobre la palabrería inútil del Congreso. Nadie nos explicó hace treintaytantos años que en el sistema democrático había una pequeña excepción: la mayoría absoluta, una suerte de caudillismo refrendado por todos. Ayer, por dos veces, el Partido Popular mostró músculo y falta de altura política, decidió que la ideología está y estará siempre por encima del estado de derecho, del debate político y de la sociedad civil. Primero el ministro Wert con su reforma educativa y luego la negativa a convertir en delito la apología del franquismo. En ambos casos el Gobierno ha actuado desde la más absoluta soledad, primero sin un solo apoyo, después imponiendo su mayoría a la totalidad de la oposición.
No olvido que Felipe González gobernó también así, como ungido por la desfachatez de creerse amo y señor del Congreso solo porque habíamos metido unos papelitos en unas urnas de cristal. Ser aclamado por la mayoría es la peor trampa del político, que cuando escucha su nombre en oleadas cree que todo el trabajo ya está hecho. Es justo al revés, cuando la masa corea tu nombre es cuando debes retirarte al desierto, a dialogar con las piedras.
Lo que más llama la atención de la reforma educativa es la falta de profesionalidad con la que se ha hecho. Ningún equipo de pedagogos ha intervenido, ningún especialista en la materia; eso sí, Jose Ignacio Wert ha escuchado al episcopado, que tiene muchas ganas de volver a controlar la estructura educativa de España (su coto tradicional para conseguir acólitos). El problema de la educación en este país es que pasó medio siglo XX en manos de la Iglesia, eso no lo dice el informe de la OCDE. El Gobierno controlará las materias comunes, con lo cual, dentro de –pongamos- seis años, el plan de estudios volverá a cambiar, esto es, cuando el PP pierda el poder.
Pero yo quería hablar sobre todo de la otra noticia, que no ha sido portada en ningún periódico: la negativa del PP a incluir como delito el enaltecimiento del franquismo, junto con el fascismo y otras formas muy lindas de entender la política. Los populares han vuelto a dejar pasar otra oportunidad para vestirse de auténticos demócratas, no basta con el tibio mensaje de venderse como un partido de centro, además, hay que gobernar en esa tibia dirección. Condenar cualquier forma de autoritarismo se me antoja como un ejercicio de coherencia si juegas a ser demócrata, pero estamos, digámoslo abiertamente, ante un partido político que apoya la práctica del alzamiento militar para encumbrar a un dictador durante cuarenta años. Esas son las coordenadas en las que se inscribe el partido que nos Gobierna actualmente en amplia mayoría. Si alguien tenía alguna duda creo que ya ha quedado bastante claro. He oído muchas veces decir que dentro del Partido Popular se cobijaban grupos de extrema derecha, hoy tengo la certeza de que la realidad es más bien al revés: dentro de la extrema derecha que tiene su voz en el partido popular se cobijan pequeños grupos del centro y la derecha moderada.
Si realmente queremos compararnos con el resto de naciones europeas, habría que empezar por revisar nuestra historia nacional, una historia que curiosamente nunca llegaba en el instituto al siglo XX y siempre se quedaba en el “complejo” XIX. Desde Europa ya nos dieron un toque que, por supuesto, tampoco tuvo mucho eco en nuestra prensa.
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