Revista Cine

Partir

Publicado el 02 octubre 2011 por Diezmartinez

Exhibida en el pasado 14 Tour de Cine Francés, vuelve a las salas comerciales desde este fin de semana Partir (ídem, Francia, 2009), séptimo largometraje de la veterana Catherine Corsini, de quien hemos visto en México su buen thriller femenino El Ensayo (2001) y la comedia de costumbres Los Ambiciosos (2006). Partir tiene más de un elemento en común con estas dos películas ya mencionadas, por más que Corsini trabaja en otro terreno dramático, en otro género fílmico. Lo que une a estas tres cintas es el fascinante retrato ambivalente de su personaje femenino.    Nîmes, tiempo presente. La guapa ama de casa cuarentona de origen inglés Suzanne (Kristin Scott Thomas, justicieramente nominada al César 2010) se desbarranca en un tórrido romance con su empleado expresidiario español Iván (Sergi López), lo que la lleva a abandonar a su encumbrado marido médico-político Samuel (Yvan Attal), con todo y sus dos hijos adolescentes.   El tema es muy viejo y muy manido, pero Corsini es una cineasta siempre interesante: su narrativa avanza con fluidez, sin grandes momentos de elegancia visual –la excepción es el primer beso entre Suzanne e Iván, en las callejuelas de un pueblito español, visto en un plano general alejado-, pero con una eficacia proverbial que ya quisieran muchos.   Lo que eleva la película a alturas insospechadas es la actuación de Scott Thomas. La actriz inglesa perfectamente bilingüe encarna con una convicción desgarradora a esta plácida mujer de mediana edad que, sacudida por la pasión sexual/amorosa, se desliza hacia el amour-fou insensato y destructivo, en la mejor tradición romántico-surrealista del Buñuel de Abismos de Pasión (1954).   Corsini ha confiado en su actriz protagónica para sostener su película y ha hecho bien. Scott Thomas luce en todo momento. ¿Mi escena favorita?: cuando Suzanne le pide a Iván, jugando, que la corra de su departamento para así ella poder irse. Él, fuera de cuadro, obedece: le dice que ya se vaya y lo deje en paz. La cámara de Agnès Godard se queda clavada en el rostro de Scott Thomas, atestiguando cómo la sonrisa se convierte, poco a poco, en una mueca de desesperación. Un momento digno del más dolorosamente romántico Kar-wai Wong. Y no estoy exagerando.

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