Edición:Expediciones Polares, 2016 (prólogo de Luna Miguel)Páginas:208ISBN:9788494414961Precio:21,50 € (e-book: 4,99 €)
Leí Partir (2016), la primera novela de Lucía Baskaran (Zarautz, 1988), en dos noches. Estaba cansada cuando me puse a leer, pero me desveló. Esto no quiere decir que sea buena (ni mala); solo es una forma de expresar que estas páginas rezuman intensidad, que bullen y perturban. No buscan el preciosismo vacuo, no son pretenciosas como las de tantos escritores noveles. Luna Miguel lo define como un libro «explosivo». Con independencia de lo que comentaré a continuación, creo que uno de los mejores halagos que se le pueden hacer a un debutante es decirle que no has podido despegarte de su obra. En ocasiones, cuando uno se dedica a los análisis literarios más o menos minuciosos, olvida algo tan esencial como la capacidad para mantener la atención del lector, para no aburrir. Lucía Baskaran, que tiene experiencia como redactora y columnista para diversos medios, sabe de qué va el tema.La novela, una autoficción, alterna dos tramas (pasado y presente) narradas por Victoria, una joven vasca. En ambas se huele la insatisfacción, síntoma de una incipiente crisis personal. En el pasado, una Victoria de diecisiete años se marcha a Madrid para estudiar Arte Dramático. Residencia de chicas, noches de desmadre, hormonas revolucionadas, ganas de aprender (y vivir) rápido. Sueña con ser actriz y comerse el mundo, pero el presente muestra que esas expectativas se frustraron: la Victoria veinteañera no ha conseguido encauzar su vocación, ha regresado a su tierra y trabaja con poco entusiasmo en una academia de idiomas. Mantiene una relación estable, viaja, hace vida social, pero bajo esa aparente comodidad los problemas no tardarán en salir a la luz. Por la etapa de la que habla y los temas planteados, se puede relacionar, dentro de la narrativa española reciente, con las primeras obras de Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), como Jóvenes y guapos (2010) y Solo si te mueves(2013). Eso sí, Aloma Rodríguez tiene una escritura más sutil y contenida, afrancesada, mientras que Lucía Baskaran es más directa, con un punto «gamberro».Partir, sobre todo en la parte del pasado, es una historia de aprendizaje en la que el ímpetu aparente de la protagonista contrasta con su fragilidad. Victoria llega a Madrid con muchas ideas preconcebidas acerca de lo que significa divertirse, y no está dispuesta a perder el tiempo. Habla del sexo, de sus experiencias decepcionantes, de sus sesiones de onanismo y sus ganas de probar cosas nuevas. Habla de drogas, de encuentros con gente conocida por internet, del distanciamiento de la familia, de la amistad, de la ilusión. Pero, sobre todo, habla de decepción, decepción sentimental, profesional y vital. Porque Partir explora una cuestión muy íntima: la crisis personal, el trastorno psicológico (al que se pone nombre, no se oculta). Victoria puede parecer una chica altiva, pagada de sí misma; en realidad, con ese descaro solo intenta disimular su inseguridad patológica. Partir es como una bofetada, la bofetada que supone descubrir que la vida adulta no es lo que uno creía que era, que a veces no queda otro remedio que dar marcha atrás y tratar de reconstruirse (y con esto entronca con la trama en presente, asimismo abocada al desencanto, aunque más esperanzadora).La autora utiliza un lenguaje sencillo, claro y sin florituras. Sus carencias, no obstante, resultan evidentes: el estilo pobre en las descripciones y el diálogo, las excesivas referencias al sexo —algunos lectores elogian su falta de pudor, pero esto, aunque pueda ser encomiable, no convierte un libro en bueno automáticamente; su tratamiento debe tener una motivación, y aquí en ocasiones solo es relleno—, el texto a ratos más «explicado» que «narrado», registro más propio de un artículo que de una novela. Le falta madurez literaria, pero lo compensa con el tono, el verdadero responsable de que no se pueda parar de leer. La protagonista pasa por periodos de crisis, pero se expresa con desenfado y humor, un humor a veces negro y escabroso. Está harta de todo, y se nota, pero en lugar de manifestarlo desde el lloriqueo se va más por la mala leche, que puede ser muy divertida. Me parece un acierto afrontar un tema tan delicado como este con una voz que desdramatiza y se ríe de sí misma. Con respecto a la construcción, la trama del pasado funciona mejor que la del presente (quizá porque en el momento de escribirla tenía más «digeridas» las experiencias de los diecisiete años que las de los veinticuatro). En general, trabaja bien el desapego juvenil, el derrumbe progresivo de la chica, la frustración profesional y sentimental. En cambio, pasa demasiado de puntillas por los abusos sexuales —un tema que requeriría una indagación más profunda— y las relaciones familiares —se deja entrever una relación complicada con el hermano, además del alejamiento de los padres propio de la edad, pero se podrían haber desarrollado más—. Hay personajes secundarios que no desempeñan un papel relevante, como algunas amigas, y divagaciones que no pasan de anecdóticas. Por último, se han colado unos cuantos errores ortográficos, como las tildes en algún participio («sustituídos», p. 162) y, sobre todo, en los pretéritos de segunda persona del plural de la p. 182 («enamorásteis, ibáis, érais, sellásteis, graduásteis, decidísteis, conseguistéis»), que claman al cielo porque en esa misma página también aparece uno bien escrito («prometisteis»). Expediciones Polares, en cualquier caso, es una editorial recién nacida y seguro que cuidará más la edición en el futuro.
Lucía Baskaran
Mientras leía Partir pensaba que es probable que la autora reniegue de esta novela en el futuro, tanto en la parte estético-literaria (muy mejorable) como en el contenido. Esto último, por haberse abierto en canal, por haberse mostrado tanto y de forma tan descarnada. Sin embargo, el valor de Partir es, precisamente, que es un libro sobre la juventud escrito por una autora joven, una voz fresca y todavía sin pulir. Y, por eso mismo, una voz espontánea, transparente, honesta. Se puede escribir una novela sobre esta etapa a cualquier edad, pero no es lo mismo narrarla desde la distancia que aporta la madurez que hacerlo durante la propia juventud, en caliente, incluso con un poco de inconsciencia. Es el punto de vista lo que hace que muchos lectores de su edad se sientan identificados con la protagonista. No todos han ido a Madrid a formarse como actores, pero comparten el lenguaje, el humor, los enamoramientos instantáneos, el miedo, la curiosidad. Todas las emociones inherentes a la voz. Ahí está, sí, lo generacional.