Igual que os he contado aquí mis impresiones del embarazo (tanto el Imaginario como el real), hoy os cuento el parto que me imaginé y el que tuve realmente.
¿Cómo me imaginaba mi parto?
Caracterizandome por mi pesimismo natural yo, de nuevo, me imaginé lo peor de lo peor. Me imaginaba varios escenarios cada cual peor que el anterior.
Primero, que tendría contracciones de Braxton Hicks durante varios días y en alguna ocasión alguna contracción más dolorosa, por la cual haría siete viajes innecesarios al hospital que me mandarían a casa cada vez hasta que finalmente me cogieran al tercer día de dolores insoportables. Aún así, estaría casi veinte horas de parto y no me conseguían poner la epidural.
Segundo, que tras varios días con contracciones de Braxton Hicks una noche que Papá Fúturo trabajara rompiera aguas y fuera de color verde caca (esto a las dos de la madrugada). Como bien se sabe, si se rompe aguas se puede ir con cierta tranquilidad al hospital, pero cuando el agua tiene color rojizo/rosado o verde/marrón hay que ir echando leches.
Tercero y que he tenido siempre, que el bebé naciera con una vuelta de cordón (o dos o tres). Es lo que más pánico me daba… Supongo que es de esos miedos aprendidos.
Como podéis ver, en todos los casos era un parto vaginal.
¿Cómo ha sido mi parto?
Tras comprobar con los monitores de la semana 38 que no tenía contracciones ni que Bebé Fúturo se había dado la vuelta, mi ginecóloga me dio tres opciones de fechas para ingresar a una cesárea programada.
Acudimos a la fecha citada en el hospital acordado y tras una mañana infernal de espera, entré a quirofano con Papá Fúturo y, sin dolores, nació Bebé Fúturo.
A los dos días andaba pasillo para arriba y pasillo para abajo y al tercero subía escaleras sin problemas.
Lo único es que debo reconocer que no me esperaba las dos horas y media de espera de la recuperación de la anestesia, por lo que el piel con piel fue inviable hasta casi tres horas después.
Igual que mi embarazo, fue un parto de envidia. Pero ciertamente habría preferido tener la experiencia de un parto vaginal, por no decir natural. Sí, yo iba dispuesta a no ponerme la epidural, a vivir la experiencia como lo que es: el trabajo de una madre. El sacrificio y la felicidad que supone traer a un ser a la vida y vivirlo como la experiencia más mística que podría tener jamás. Quizás para la próxima…