La opción de que las mujeres paran fuera de instituciones sanitarias se plantea en los países occidentales, del llamado primer mundo, como una contribución a la vida natural y un rechazo a las imposiciones de la biomedicina que es hegemónica en el mundo.
Como en tantas otras opciones en el ámbito de la salud materno-infantil, las opiniones suelen contener más factores subjetivos, emocionales, culturales o, incluso, económicos, que no racionales o científicos.
Desde la Pediatría social debemos ofrecer el máximo respeto por todas las opiniones porque la razón y las razones dependen de una gran variedad de circunstancias. Pero lo que resulta ineludible es la preminencia de la salud e integridad del recién nacido por encima de cualquier otra consideración. El objetivo de toda gestación y de todo parto es la generación de niños, seres humanos, en la mejor de las condiciones posibles. Suponiendo que esta premisa es incontestable, todo lo demás es condicionable y, de alguna forma, secundario.
Traer hijos al mundo es un asunto que lleva varios miles (millones) de años sucediendo y como especial responsabilidad de las hembras de la especie por razones obvias. Y eso no merece discusión: las mujeres paren y las mujeres deciden. Pero también es obvio que el resultado de todo el proceso de la gestación y posterior crianza de la descendencia ha ido mejorando considerablemente con el tiempo y, especialmente con la contribución de la medicina científica en los ámbitos preventivos, diagnósticos de las dificultades y terapéuticos de los problemas que surjan, hasta conseguir que el descenso de la mortalidad infantil y la supervivencia con integridad se acerque a la práctica totalidad de las gestaciones. Tal es una novedad en la historia de la humanidad. Ni siquiera los privilegios de los poderosos en el pasado podían evitar los fracasos repetidos en la supervivencia de la descendencia, de lo que son buenos ejemplos la mortalidad neonatal e infantil de las clases reales europeas hace 150 años, equivalente a la actual de las sociedades más primitivas y desprotegidas en países pobres.
El nacimiento fuera de los ámbitos hospitalarios en sociedades avanzadas se argumenta como satisfacciones sociales y culturales. La responsabilidad exige valorarlo y validarlo.
Eso es lo que ofrecen dos estudios recientes, ambos en países (estados o provincias) de los más avanzados del mundo como son el estado de Oregón en la costa oeste de los Estados Unidos y la provincia de Ontario, la más rica y desarrollada del Canadá. La prestigiosa revista New England Journal of Medicine publica el último día del año pasado (http://www.nejm.org/doi/full/10.1056/NEJMsa1501738) un estudio que indica que la mortalidad perinatal en los partos domiciliarios es ligeramente superior que en los hospitalarios, aunque en ambas situaciones es muy baja. El Canadian Medical Association Journal a su vez publica una semana antes (http://www.cmaj.ca/content/early/2015/12/22/cmaj.150564) los resultados de los partos extrahospitalarios en embarazos de bajo riesgo dentro de un sistema asistencial integrado. En este caso no encuentran más diferencias que, en los partos domiciliarios, hay lógicamente una menor cantidad de procedimientos intervencionistas.
Lo evidente es que las diferencias en los resultados se corresponden con unos sistemas asistenciales diversos, más favorable para un sistema integrado como el canadiense. Este es el tipo de información que puede ayudar a la toma de decisiones de un tema tan trascendente como un parto y con ello, ofrecer a las madres y a las familias lo más favorable para unos resultados óptimos.
X. Allué (Editor)